“El
Delirio y los Sueños en la <<Gradiva>> de W. Jensen Basado en el texto de Freud, Sigmund. El delirio y los sueños en la <<Gradiva>> de W. Jensen (1907 [1906]). En Obras Completas, vol. IX, Buenos Aires: Amorrortu, 2006
Evaristo Peña Pinzon
Psicologo Universidad Nacional de Colombia
Docente Investigador Universidad Antonio Nariño
El arqueólogo Norbert Hanold ha
quedado prendado de un bajo relieve que encuentra en Roma, en el que figura una
joven doncella, en postura de andar, en la imagen se ve que la joven “recoge un poco su vestido, que le cae en
abundantes pliegues, de suerte que pueden verse sus pies calzados con
sandalias”[1].
Freud apunta que la manera de caminar ahí figurada, lo inhabitual de ello, la
diferencia[2],
tiene para el personaje un particular encanto. Pero el mismo Hanold no atina a
explicarse qué le llama la atención de esa figura, lo cierto es el efecto que a
primera mirada surte en él la figura. Hanold le otorga un nombre a la doncella
cuya traducción es “la que avanza”[3].
Desde allí comienza la serie de asociaciones delirantes que serán cadena de
significantes para el personaje, cadena que expone y a la vez oculta un
misterio por resolverse de la subjetividad del arqueólogo. De este encuentro nace
el empuje por “aclarar las cosas haciendo
observaciones al natural”[4],
lo que lo esfuerza a un modo de comportamiento ajeno a lo habitual en él, pues “el sexo femenino había sido hasta ese
momento para él una entelequia de mármol o terracota”[5], es
decir que no había prestado atención a las mujeres contemporáneas a él. Ahora
se dispone a hacer una investigación, tratando de encontrar ese rasgo del andar
de Gradiva en otras mujeres, con la correspondiente frustración. Sus ideas
delirantes le llevan a forjarle un linaje a Gradiva, un emplazamiento y una
época, todos modos deícticos para poder ubicarse él mismo ante la imagen, pero
sin lograrlo, porque existe una radical distancia insalvable, en el humano,
para poder ubicarse desde lo ofrecido por la imagen. Llega al punto de concederle
a Gradiva una muerte trágica 1800 años antes en Pompeya.
Los elementos aquí
están listos. Se trata, a mi modo de entender, de una erotización de lo mórbido
en el caso de Hanold, incapaz de acercarse a las mujeres contemporáneas, al
revés, solo se puede acercar cuando logra encontrar un rasgo “detenido”,
congelado, en él y en la imagen. Lo que ofrece ésta es la posibilidad de
establecer más allá de ella un punto de promesa, en la que la imagen cubre
efectivamente una nada que se revela tras el telón: la preferencia por lo
marmóreo de la estatua, de la imagen fija, que conlleva un goce punzante con la
muerte. Lo inerte implicado en lo arqueológico, su elección profesional, el
disfrute de las lenguas muertas, de la ardiente soledad implicada para el investigador,
único ser vivo entre los muertos, ha sido conmovido por una grácil muchacha de
una imagen con la que fantasea. La búsqueda lo lleva a Pompeya, donde se
encuentra con el espectro de Gradiva, quien juega con él un poco a sabiendas de
su delirio, mientras Hanold duda de la consistencia inmaterial de la aparición,
que luego comprobará humana, y que a la vez le revela la cifra de su neurosis,
en tanto que juega a estar muerto en vida, y así quiere hacer jugar la pareja
ideal que pretende en este momento, acaso para no tener que enfrentar su
fantasía de agresión sexual[6],
para no tener que enfrentar la situación de “carne y hueso” que convoca lo erótico. Atinadamente Zoe-Gradiva
comenta la situación en extremo rara: “que
alguien deba primero morir para devenir vivo… para los arqueólogos ello es sin
duda necesario”[7].
¿Por qué? “La del andar resplandeciente”,
se lo puede decir con las cifras de su mortalidad.
Considero que el otro elemento
crucial es lo incestuoso para Hanold, su relación con el goce infantil, que se
revela con lo insoportable que le parecen las parejas en tierno coloquio,
excepto en esa otra fantasía al ver a una que, al fin, le es amena, aquella que
considera que son hermanos a pesar de
sus diferencias físicas, y que luego encontrará en tierno abrazo, sin que ceda
su ideación de hermandad, acaso, ¿esa no es su pareja ideal? ¿La que vivió de
alguna manera en su infancia con Zoe
Bertgang? ¿Justamente la que reprime,
y que la imagen se ha encargado de retornarle por la vía de la fantasía, el
sueño y el delirio?
[1] Ibíd.,
página 10.
[2]
Por supuesto, se subraya, porque se trata de la diferencia sexual que el andar
de la joven plantea, en tanto femenina.
[3] Ídem.
[4] Ibíd.,
página 11
[5] Ídem.
[6] La
idea es tomada de los golpes que lo hacen despertar del delirio, que invitan a
la palabra de Zoe-Gradiva, golpes asociados con la niñez, con los que estos
personajes transaban sus cuerpos, de lo cual propongo la agresión erótica
presente en su fantasma, lo cual se encuentra con la mayor frecuencia en el
contenido de las obsesiones del neurótico.
[7] Ibíd.,
página 31
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