miércoles, 14 de septiembre de 2011

CONSIDERACIONES SOBRE EL PADRE EN “EL HOMBRE DE LAS RATAS””[1]

Este texto hace parte de la  revista El Hilo Analítico N° 6 ISSN 1900-2734, publicación de la Facultad de Psicología de la Universidad Antonio Nariño

Evaristo Peña Pinzón
Psicólogo Universidad Nacional de Colombia
Candidato a Magister en Psicoanálisis y cultura Universidad Nacional de Colombia
Docente Universidad Antonio Nariño

Para estudiar este tema, Masotta divide la cuestión en ocho acápites que le permiten organizar la problemática. Así, encadenará la necesaria referencia al caso y a las incidencias de lo inconsciente como factor predominante en la neurosis, tomando como elemento central la función del padre para comprender de qué se tratan los síntomas del hombre de las ratas[2], en especial el delirio de su deuda, fundada en un imposible de saldar.

  1. En la neurosis existe un esfuerzo de restitución de algo que no va en el sujeto. Los síntomas son ese esfuerzo, en el que se juegan elementos estructurales para el sujeto y para encontrar modos suplementarios de enfrentarse ante las dificultades vitales que se le plantean. Uno de los elementos cruciales es la función del padre, la cual cobra una relevancia central para nosotros debido a lo que ésta logra para el sujeto: permitir que el hijo acceda al deseo, situación subjetiva propiamente dicha, pacificante en tanto que productora de un sujeto dividido, deseante, inserto en la cadena significante. En contraposición con otros modos de abordar teóricamente la situación, Masotta propone el método lacaniano, de no quedarse con la idea de la maduración sexual o de aquellas proposiciones que evidentemente quieren superar la problemática elidiendo elementos de lo que el paciente, originalmente, comunicó a Freud. De aquí que referirse exclusivamente al Edipo como un drama, compuesto de personajes más o menos carentes, no hace una clara explicación de lo que en psicoanálisis se ha revelado como función paterna, y menos de las posibilidades simbólicas que al sujeto le quedan en su devenir. Debe hacerse una referencia a la castración, a la falta, para que los dos complejos (el de edipo y el de castración) trabajen lo que deben responder de la subjetivación humana, a saber, que un complejo no va sin el otro. Esto aclararía un poco el panorama en función ya no de restituciones de objetos, sino en cuanto a lo que funcionalmente puede responder, por ejemplo, el padre en tanto función estructurante de la cadena simbólica para un sujeto. El ejemplo es contundente: pensar la cuestión de la agresividad, y la toma de partido por una supresión o por una mejor realización expresiva de ésta en el consultante no proviene sino de esas complicaciones que no se enfrentan teóricamente, confusiones que llevan a caminos que no son productivos en relación con lo realmente original de la articulación edípica: la agresividad posee la propiedad de revelar el lugar de mayor alienación, correlativo a que es constitutiva de la matriz narcisista del yo. Entonces, cada término en su lugar. No podríamos decir que a partir de la agresividad, constitutiva del yo y por ende acompañante imaginaria de todas las articulaciones que puede realizar el sujeto, encontremos el fundamento articulador del edipo, pues se trata en propiedad de un tiempo lógico anterior en el que se ha construido lo necesario para dar ahora pie a lo que en el edipo se jugará: el anhelo de que el padre muera, de que por ésta vía el sujeto pueda gozar de aquello que le ha sido prohibido.

  1. Digresión hacia la cuestión de la masacre de los hijos por los padres. Lo crucial es el lugar de los hijos en las fantasías y designios, muchas veces mortíferos, de sus padres, cuestión que poco tiene que ver con la lucha entre generaciones, distancia que se impone el punto de vista analítico, más sí con el anhelo que permite encontrar la manera como el sujeto se ha insertado en la diacronía de las generaciones. ¿Qué revela el “filicidio”? que justamente existe una relación de ese asesinato cometido por el padre en el que se repite lo que lo unía a sus propios padres en tanto hijo. Y esto lleva, en los ejemplos expuestos, a una doble muerte en el hijo: la primera a cuenta de la captura que la madre hace del hijo, y la segunda la que el padre propicia para arrancarlo de la madre. Arrancar con la muerte a un hijo de su madre es la función paradójica que un padre hace para que el primero no quede perdido en ese mar del deseo incolmable de la madre. Y en el discurso materno se propone, como lo hemos visto ya, una insalvable queja materna en las estructuras neuróticas, en las que el padre parece ausente. Ausente en el discurso materno en cuanto a sus blasones, en cuanto a la posibilidad de tener una palabra que seduzca sexualmente a la mujer existente en la madre.

  1. Lo anterior no riñe con la experiencia. El caso del padre de Juanito, “…presente, amable y no obstante totalmente inoperante porque su palabra, ante la madre, carece de valor. La posición del padre es cuestionada entonces, y esto es en definitiva lo que sujeta a Hans al deseo de la madre.”[3] Referencia que hace Lacan al segundo tiempo edípico, en el que el padre interviene en un doble sentido, por un lado prohíbe la satisfacción del niño con su madre, pero a ésta también le pone cotas en tanto la priva del objeto fálico. Encuentra el niño una ley que somete el deseo, al deseo del Otro. De allí que el ejemplo de contraposición sea el de Schreber, en el que está claro que el padre bien cumplía funciones de autoridad y de proveedor en el seno de la familia, pero más importante que ésta dimensión es la de que no renunciaba un ápice en relación con el cuidado y la educación de sus hijos, origen de la psicosis del hijo por cuanto no había referencia de segundo orden como en el caso de la construcción edípica, sino referencia univoca, enloquecedora, del goce paterno con el cuerpo a cuerpo con su hijo Daniel. El padre de Schreber no es en propiedad un padre que despegue a su hijo de la construcción inicial dentro del deseo materno, hace más bien una suerte de exclusión de esa posibilidad en aras de la experimentación de sus artefactos y sus rígidas metodologías educativas en el cuerpo de sus hijos, lo que sigue la secuencia con la primigenia construcción yoica en la que es de exigencia quedar con la referencia del deseo materno. Así solo es posible quedar amarrado a un S1, pero sin recurso a un S2 que sustituya en la cadena simbólica metafóricamente el deseo, es decir, ley de ceder el impulso por otra cosa.

En el caso del hombre de las ratas es diferente, él tiene referencia a S2, a una metáfora paterna que le permite remitirse al drama familiar, a su mito individual, para transar algo de su devenir sujeto: aquí es donde la cuestión de la deuda insaldable está representada por esa deuda que el paciente de Freud se propone no pagar, pues ser sujeto ha implicado asumir una deuda en la cadena simbólica que le ha dado un lugar, lo cual sólo se paga con la vida misma, con asumir la muerte para dar secuencia a las generaciones, así como acceder a ser padre y dar su nombre como algo que representa a otro sujeto en la cadena significante. De allí que esa deuda del padre quede marcada para el paciente de Freud, en tanto que fantaseada como nunca saldada por el padre, como la que le será propicia para enunciar su lugar en la cadena generacional en tanto simbólica mediante una “insignificante deuda”, de la que no es claro del todo por qué se resistía a pagar: es necesario pagar la deuda, pero a la vez dejarla en saldo, imposible de pagar, pues el riesgo es el de desaparecer como sujeto. Si paga la deuda es la que el padre, en la fantasía del paciente, no resolvió, lo cual representa esa decisión que tomó el padre en relación con un matrimonio por conveniencia, acto con el que perdió su potencial de hacer valer su palabra ante una mujer que era de quien estaba enamorado. Es la situación equivalente en la que el paciente se encuentra al ser arreglado un matrimonio endogámico, para el cual la madre ha mostrado más que su aprobación, su exigencia. Manteniendo la deuda queda abierta la posibilidad de sacarle el cuerpo a la madre, a ese matrimonio por conveniencia y a la decisión que considera equivalente a la que el padre optó.

  1. La cuestión del erotismo anal. La compleja trama de elementos se desencadenan progresivamente en el discurso del paciente hacia los significantes que representan esa modalidad de goce específico a lo anal, y no necesariamente en relación con las ideas de homosexualidad o de falos fecales introducidos en el ano. Si bien el paciente comenta las abluciones de su infancia, se trata más de la manera como asumirá una economía en las cuestiones del placer y displacer, en las que se trata del control, con la idea de que no suceda eso tan desagradable que resulta en el bordeamiento de las prohibiciones. Control con su mirada y control de sus pensamientos, control de su impulsividad agresiva que se fundamenta en la relación de amor-odio que sostiene con sus cercanos, que emergen en el momento preciso de aproximarse el deseo con su acucia. La cuestión relevante es por qué el padre y la dama quedan en equivalencia para su fantasía de la tortura de las ratas. Desglosemos. El deseo y el amor no están confundidos. El deseo en tanto ley instaurada por el padre es más la posibilidad pacificante para el sujeto y no la causa de las emergencia o desaparición de las inhibiciones del paciente. El amor, pariente del narcisismo, se construye en la relación primordial, propugna por el cumplimiento de la transgresión hacia la completitud, persistente en el inconsciente. El deseo se entroniza con la prohibición y despliega en el sujeto su dirección hacia otra cosa. En el drama del Hombre de las Ratas la prohibición se desinstala en ocasión de la proximidad de un matrimonio arreglado, dentro de los vínculos endogámicos-convenientes que han favorecido que su propio padre no tenga palabra ante su esposa, la madre del paciente. ¿Qué le queda al sujeto? La situación de verse en el horror de sobrepasar aquello prohibido al acceder a ese matrimonio incestuoso. Y el padre, entes de su muerte, diciendo su desacuerdo, le ha cerrado paso al paciente en su relación con la prima, a quien claramente el hombre de las ratas ama. Qué salida si no la de enfermar con ocasión de ésta situación, en la que el deseo no es posible. Queda la muerte del padre como condición de erección del deseo del sujeto. Pero en este caso es la muerte de un padre que “ya está muerto”. Lo importante aquí no es la eficacia de la muerte de ese padre real, sino la constitución subjetiva que se plantea a la muerte del padre, como momento lógico en el que se puede acceder al deseo vía de la prohibición instituida y la culpa sublimada como amor hacia el padre. Es el momento de que la deuda se instale para toda la vida, pues a la muerte del padre responde la Ley que se instituye para que el sujeto desee. Es paradójico, pues la prohibición protege al humano a quien prohíbe, es un mecanismo de defensa que opera directamente sobre el deseo materno.

  1. El padre aparece en la triada edípica mediado por la madre. Es ella quien lo introduce pero al nivel de la cuestión del deseo sexual, es decir, con aquello que ella encuentra fuera del hijo para su satisfacción, más no en relación con roles o más o menos de habilidades y reconocimientos humanos. En otras palabras, una mujer puede respetar y valorar a su compañero, con quien tiene hijos, pero no necesariamente desearlo. De allí que el dinero del paciente tenga ese valor imaginario de ser objeto con el que la madre completa al padre, madre fálica que hace su ley sin recurso al Otro, y un padre que no está instituido en su función en la medida en que no prohíbe la madre a su hijo, más bien, lo que prohíbe es lo que se opone a la madre. Sin salida en la que se ve confrontado el paciente, al punto de la imposibilidad de imaginar ser padre, de lo cual habla la mujer estéril de sus pensamientos.

  1. Lo que falla en la estructura de las generaciones no es una cuestión de ideología materialista de quien da o no da los objetos materiales, o el dinero, es más una cuestión de los emblemas sociales de la época que son los ideales del yo con los que no es posible una identificación pacífica, en tanto que el padre ha roto esa cadena al pasar a la acción en un matrimonio en el que su palabra ha sido dada y ha sido fallada, en la cual su compromiso con su deseo se rompió, y así lo hace con su hijo al producirlo en una cadena en la que es representante de ese compromiso roto, de ese deseo no resuelto por el padre, y de esa invalidez de su palabra con su esposa, la madre del paciente, lo cual le cierra la posibilidad de asumir algunos títulos de su ser sexuado.

  1. El sujeto encuentra con la ayuda de Freud[4] tres puntos de conflicto referidos al padre: 1). Miedo al padre 2). Hostilidad contra el padre 3). Falta de confianza en el padre. El sujeto intenta, a veces de modo fallido, restituir la función del padre. El capitán cruel es un buen ejemplo de ello, pero se queda corto en relación con que, siendo un padre que no se equivoca, será la sin salida del sujeto. Un padre, en cuanto a su función simbólica, falla: en ambos sentidos, comete el error y es el que posee el estatuto de palabra sagrada, lo que puede favorecer la consistencia de una metáfora del deseo materno en aras de la identificación del hijo con los ideales sociales. Un padre que está seguro de encadenar el S1 con una significación, cierra de golpe la puerta en la cara de su hijo: “debes casarte con la mujer que tu madre disponga, así como yo lo he hecho para conveniencia de todos”. El paciente enferma restituyendo la función de un padre que le saque de esa identificación mortífera. Desaparece la posibilidad de hacer cadena S1 asociado con cualquier S2, porque la palabra del padre se torna inscripción literal. De allí el pendular del obsesivo, dejando en manos del otro el deseo, haciéndose el muerto a la espera de que otro tome la decisión final que él no asume.

  1. No existe adecuación del objeto al deseo, como no existe una adecuación de la metáfora a lo que representa. De allí que la metáfora paterna, ficción constitutiva, esté ligada a una inadecuación estructural, a una falla en sí misma, que reduce el tema a la deuda simbólica que cada sujeto posee con el Otro. Y es la castración la que conduce por los bordes de esa contracción simbólica y de su lugar en la cadena. El padre real no agota la función simbólica que posee, más si puede ser quien la encarna. Es decir, no hace falta un padre encarnado pues este no da cuenta de aquello que en la función cumple, lo cual es la cuestión de unir el deseo incestuoso a la ley significante, relación que es la que nos interesa en cuanto soporte de la constitución subjetiva


Bibliografía y referencias:

      Jacques Lacan, El Seminario libro 4, La relación de objeto. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004.

·         Jacques Lacan, El Seminario libro 5, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007.

·         Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.

·         Joel Dor, El padre y su función en psicoanálisis, capítulos 1, 4 y 5, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1984.

·         Oscar Masotta, Ensayos Lacanianos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1976.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 14, Introducción del narcisismo. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2006.


[1] Masotta Oscar, Ensayos Lacanianos, Anagrama, Barcelona, 1976.
[2] Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
[3] Lacan Jacques, Las formaciones del inconsciente, Nueva Visión, Buenos Aires, 1979. Pág., 87.
[4] Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.