martes, 5 de marzo de 2013

Elección, sujeto, y libertad, Un ensayo a partir del texto “predeterminación y libertad electiva”[1]




Evaristo Peña
Psicólogo Universidad Nacional de Colombia
Candidato a Magister en Psicoanálisis y Cultura, Universidad Nacional de Colombia
Docente Facultad de Psicología Universidad Antonio Nariño


DE LA ELECCIÓN

¿Qué elige un ser humano? En reiteradas ocasiones se escucha en la clínica la queja de los adolescentes, y de algunos adultos, en relación con que no eligieron nacer, no eligieron los dramas accidentales que forjan su particularidad vital, ni los destinos comunes a los que nos vemos abocados en la enfermedad y la muerte. Y estos sujetos tienen razón de su queja en el sentido en que una parte de lo elegible escapa a la voluntad del sujeto.

Por ejemplo, la biología, la carga genética, hacen lo suyo en el azar de las conjunciones cromosómicas, que definen la condición de ‘hembra’ o ‘macho’ en los individuos. Allí, la ciencia, por su parte, con su movimiento desmitificante, obtura con explicaciones ‘predictivas’ lo que a cada individuo le correspondería dentro de una serie de descripciones en el lugar de un saber cuantificable, que no distingue la particularidad de cada sujeto, porque de lo que se trata en la ciencia es de la continuidad a pesar de lo particular, de la generalidad, ‘nomotética’, regla general, que permite la predicción, supuesta tranquilidad lograda por la ciencia para un vínculo social en permanente insatisfacción. Otra cosa es el campo electivo del sujeto, en el que ‘se hace mujer’ o ‘se hace hombre’, atendiendo a las situaciones contextuales en las que cada sujeto es el productor de su movimiento identificatorio.

El psicoanálisis considera que los mecanismos inconscientes sobredeterminan en el sujeto algunas de las condiciones en las que él persigue su sueño de felicidad, y también aparejado el malestar propio y el causado a sus semejantes, pero no considera que esta sobredeterminación sea absoluta en el sentido de inamovible, pues el análisis abre su campo para trabajar con el sujeto que, en tanto hablante, es capaz de elección, de toma de posición frente a lo que la vida le propone en cuanto a su goce, a su deseo, a sus gustos[2], en fin, de acuerdo con las trazas elegibles de cada uno en relación con las novedades que cada experiencia trae consigo. Es allí donde el sujeto encuentra el mayor cobijo en su síntoma, del cual se queja, o con el cual se produce queja en su proximidad, en su prójimo, síntoma que produce al mismo tiempo satisfacción y del cual difícilmente, por voluntad propia, se hace una declinación.

Una lectura del psicoanálisis que obtura las posibilidades de una decisión voluntaria del sujeto, al articular por ejemplo que la voluntad exclusivamente es tema de la conciencia y del yo, cierra las coordenadas de trabajar con lo que de la estructura, lo real, es susceptible de asumir de una manera no estoica[3], en acto, es decir no a merced de lo irremediable, sino justamente en movimiento hacia lo que es opción para el sujeto a pesar de lo irremediable y con conocimiento de ello[4]. Esto deriva, según  el comentario de Lombardi sobre la propuesta de Lacan, en dos tesis sobre lo real: lo real irremediable, estructural, que no es susceptible de cambio, y lo real del acto de elegir, que se apoya necesariamente en lo anterior[5]. Lo dice claramente: “(…) en tanto psicoanalistas no nos ocupamos de nuestros pacientes para constatar lo que el síntoma tiene de repetición automática, sino para discernir en lo que se repite una fijación, una determinación en la que otra opción, otra posición subjetiva, otra satisfacción sea posible”[6]. Entonces el lugar de la complacencia del sujeto queda fuera de las finalidades del análisis, en tanto que lo que proyecta como tal es que el sujeto pueda asumir, primero aquello que de la estructura es inalterable, para que, en la vía del reconocimiento de su síntoma, identifique aquello que lo hace sujeto y tome de allí su valor para modificar la posición que ha asumido, de ser esa la acción por tomar, que ha demorado hasta su llegada al análisis[7].


DEL SUJETO

El sujeto del inconsciente tiene maneras de manifestarse. Freud descubre una parte en su investigación, las caracterizadas por ser simbólicas, y por esto su dedicación al síntoma sería el de descifrarlo bajo las coordenadas de la satisfacción sustitutiva producida para cada sujeto.

El síntoma revela lo que del sujeto se rebela, se resiste, de cara al Otro, mostrándole en el fenómeno sintomático su rechazo a la docilidad[8]. Esta fenomenología muestra lo elegible del síntoma en el sujeto, pues con él justamente se opone al goce estandarizado que le es impuesto. Aún si, en el caso del neurótico, la demanda del Otro se hace en la escena fantasmática, será eficaz el síntoma en la medida en que denota cómo el sujeto opta por lo peculiar de su propio goce. “(…) Incluso en los más inhibidos, en los más cobardes, se trata de un ser que solo se afirma en la elección”[9].

El psicoanálisis no toma al sujeto en tanto pensante, en tanto sujeto del cogito, lo toma en tanto hablante-ser, en tanto que es un sujeto emergente en una lengua que tiene como una de sus propiedades ser equivoca[10]. Que sea equivoca la ‘matriz’ de la lengua, de donde emerge el sujeto, es lo que posibilita que en él se habiliten las opciones más diversas en tanto que de ninguna forma se pueden predeterminar.

Tomando ahora un instante el método psicoanalítico, corresponde justamente con la posibilidad de dar apertura a las incoherencias (evidentes o supuestas) de un discurso del paciente, que manifiesta su lugar respecto a la cadena significante, siendo producido éste sujeto entre dos significantes, lugar en el que, separado de la cadena, evidencia los trazos de su deseo y del conflicto residente en su síntoma.

¿Existe sujeto sin conflicto? Este término, central en la obra de Freud, denota la esencia de la neurosis, en tanto que dificultad concerniente a la elección. Y se trata no de otra cosa que la complacencia que el sujeto hace frente a la negociación que las partes del ser realizan para obtener goce. Es así como el estallido del conflicto se evidencia en el síntoma cuando éste se consolida como formación de compromiso entre aquellas partes negociadoras. El compromiso consiste en que no existe renuncia ni sublimación, debido a que las partes no ceden su terreno, y al hacerlo en función del goce no existe elección,  derivando en división subjetiva[11]. En este orden de ideas nos dice Lombardi que “(…) Elegir supondría una desventaja, una pérdida, pero también una cierta entereza (…)” en la medida en que “(…) un acto podría aportar integridad, aunque fuese al precio de una pérdida; una coherencia ética podría otorgar al ser hablante lo que ninguna ontología puede asegurarle”[12].

Así, la neurosis es la posición subjetiva que posee como rasgo evidente la cobardía moral, que le inhibe obedeciendo a lo que las mociones yoicas prefieren defender antes de que la pulsión emerja, es decir, acometiendo una huida desde el yo frente a la parte del ello que se muestra[13], siendo ‘ello’ y ‘yo’ el mismo, dos sectores de la misma geografía psíquica. De aquí que Lombardi, siguiendo esta lógica freudiana, llegue a proponer que el yo que actúa en acuerdo, conforme, con el ello “(…) cancela la división subjetiva y la cobardía moral que ésta expresa”[14].

Pero el conflicto no se detiene allí debido a que el superyó, en tanto ‘abogado maléfico’, se encarga de propugnar el goce: “(…) que en lugar de pacificar hace todo lo posible por acentuar la división subjetiva”[15]. El conflicto del sujeto es su división por cuenta de la pugna entre instancias que acceden al terreno de las otras, generando lazos de compromiso entre tales instancias y entre el contenido sintomático en tanto sustitutivo de la satisfacción amoral del ello, lo que plantea una posición ética de cara al goce, “(…) cuya esencia es electiva”[16].

Un psicoanálisis demarca para cada sujeto las elecciones que le han permitido fijar una identidad, y la noción de sujeto dividido, sujeto del conflicto y del síntoma de compromiso, son las que permiten “(…) ubicar un estado en el ser en el campo de las preferencias y de las posibilidades de optar: el desgarramiento ético del ser ante algunas elecciones decisivas”[17].

Y en ello el factor determinante que se juega es el tiempo de manera lógica. En la hipótesis del inconsciente de Lacan está presente la idea: “(…) la ausencia de tiempo es un sueño, se llama eternidad. Uno pasa su tiempo soñando, y no soñamos solamente cuando dormimos. El inconsciente es exactamente esa hipótesis: que no soñamos solamente cuando dormimos”[18]. En la neurosis es determinante porque ella se ingenia una y mil formas de encubrir el tiempo, perdiéndolo. Todas las formas numerables, en ocasiones contradictorias unas con otras, denotan esa capacidad del neurótico de hacerse el muerto frente a su propia existencia, de allí su inhibición, su reactividad ante la angustia y su pasaje al acto como urgencia desorientada, todo el andamio de su pre-meditación, su duda, su procrastinación incoercible, hasta que puede poner a disposición del análisis su discurso. El neurótico sabe en ello algo que no soporta, su estatuto mortal, que trata de manera higiénica, impersonal, como si no le concerniera a él. La duda le permite esa puerta abierta: no estar seguro de nada, ni siquiera de su propio estatuto mortal.

De ahí que la clínica psicoanalítica persiste en el manejo del tiempo en tanto que lógico, planteando las discontinuidades temporales que marcan un antes y un después, de la misma manera que un suceso de ‘encuentro’ significa para un sujeto un antes y un después de dicha marca. El discurso proferido en análisis tiene la característica de ser trecho que no puede ser desandado: el tiempo es real, es irreversible. Las fantasías de los neuróticos frente a lo accidental son esclarecedoras, rumian la idea del ‘si hubiera hecho tal cosa, si hubiera hecho tal otra’, como ensalmo para tranquilizarse de lo real inevitable que comporta estar vivo. Por ello es angustiante, porque el vivir aporta la posibilidad de renovación de la vivencia, la angustia se adelanta como pre-acto[19].

Entonces el sujeto es tratado en análisis bajo las coordenadas del tiempo: en la medida en que este connota su finitud, pero sobre todo entraña lo que definitivamente queda luego del encuentro, un antes que ya no es y que el neurótico se empecina en no abandonar. La defensa yoica sirve así a las aspiraciones del goce, siempre retrotrayendo a un tiempo lógico anterior que convoca un marco determinado desde donde el sujeto quiere verse una y otra vez, inmaculado. Esto hace que el psicoanálisis no sea existencialista, pues no pone el acento exclusivamente en la faceta mortal del sujeto, sino en el deseo, indestructible, que permite siempre poner en tensión la posibilidad de que una posición subjetiva es susceptible de cambio, en la medida en que el hablante-ser es, ante todo, ser-para-actuar.

DE LA LIBERTAD

El punto de partida del psicoanálisis entonces es esta hipótesis: el sujeto ser-para-actuar, en acuerdo con la estructura del lenguaje, en la que el primero es producto del impacto que hace lo simbólico en lo real, se ve abocado irremediablemente a elegir, aún si la elección es forzada, se trata de una elección que el sujeto pone en su panorama y opta.

La discontinuidad significante es productora de la discontinuidad del tiempo. El tiempo es real como el inconsciente lo es, en la medida en que lo simbólico hace mella en la sustancia gozante, pero no la abarca toda. Y de aquí que para el sujeto toda experiencia del acontecimiento particular, que hace referencia siempre a la instalación de la huella de lo simbólico sobre lo real no todo abarcable, sea en la forma del trauma, en tanto sufrimiento del ser por la toma de postura frente a la elección que se le plantea[20].

El sujeto no es autómata, por más abocado a los automatismos mentales de la psicosis, tiene capacidad de elección. Y aunque exista una aptitud mínima para decidir esto constituye la voluntad subjetiva que permite responder “si” o “no” a lo que se quiere. De hecho es vital en el sujeto en formación encontrar la fascinación, rápida, prematura, del uso y la comprensión lograda del “no” frente al semejante. Entonces el encuentro con “el acontecimiento” para un ser electivo es lo que funda lo que potencialmente puede ser traumático, “tíque”, accidente afortunado o desafortunado, que pudo ser preferido o rechazado antes de haber sucedido[21]. Elegible o rechazable, porque comporta para el sujeto una fuente de goce seductor o terrorífico[22]. La temporalidad aquí no es la cronología, la sucesión, es la temporalidad lógica condicionada por la pulsionalidad y por los encuentros, así como por la postura subjetiva frente a ellos.

La libertad del sujeto entonces es aquella que, aún siendo un ínfimo margen, se constituye de cara a lo elegible frente al evento tíquico. Aún optar por la inhibición, optar por no optar, es en sí misma una elección subjetiva que puede hacer para un sujeto el trazo primordial de una vida, que es atravesada por esa forma de asumir lo accidental. Libertad opuesta a destino, libertad que admite la sobredeterminación para, en un solo movimiento, admitir que tal no es absoluta, que la cadena significante ofrece en su intervalo la riqueza inagotable con la que el deseo puede tramitar su causa y a la vez una limitación de estructura. Esto deriva entonces en una hipótesis de trabajo: en psicoanálisis un ser hablante elabora y produce los elementos correspondientes con sus elecciones, fijando así las aventuras que su vida le ha proporcionado para optar, de donde resulta una particular identidad[23].

El ser hablante propugna  por una identidad, siempre evasiva, que alcanza a divisar con los elementos de la estructura del lenguaje: asegurar la identidad fuera del Otro[24]. Para lograr esta identificación es necesario pasar por el Otro. La psicosis aquí nos plantea algo importante, que se encuentra en un tiempo lógico anterior a toda formación de neurosis, a todo paso por la estructuración con el Otro: la insondable decisión del hablante que se deja seducir por “el ser”, en lo cual consiste la locura. De aquí que se propongan dos dimensiones de la cuestión de la identidad: para los hablantes que están dentro del Otro y para los que no entraron en él, pero que comulgan en estructura por el lenguaje. Para el psicótico, más precisamente para el paranoico, la apuesta es en relación con establecer algo entre él y el goce identificado al lugar del Otro[25]. Se marca la diferencia nodal de las estructuras, desde esta perspectiva, en relación con el punto de soporte y el significante que amarra para el neurótico lo que lo hace estar alienado en la identificación que el Otro ha otorgado, generando un efecto sujeto “que padece la mecánica del síntoma”[26], mientras en la psicosis se trata de la destitución del sujeto que “(…) resuelve gozar del deseo del Otro de modos más o menos sublimados[27].

En este punto es que el psicoanálisis “(…) permite conmutar lo que inicialmente se presenta como elección forzada y como identificación alienada al Otro (…) en otro modo de elegir”[28]. El presentimiento de los filósofos se reafirma cuando Lacan apunta a la manera como la angustia revela ese lugar del sujeto frente al deseo, frente al acto y la conquista. Para los filósofos, Boecio y Kierkegaard, el pecado era una experiencia originaria del ser, en tanto elector que toma distancia del Otro, de su saber, en lo cual se forja un salto a la existencia, no sin angustia.

Ahora bien, el trabajo más complejo es justamente que el sujeto ‘abandone’ la identidad al Otro en beneficio de que reconozca sus amarres a la identidad forjada en el trauma, en tanto que esta es más estable porque lo conmina a su ser frente a la elección, más allá de los rasgos identificatorios al Otro.

Justamente en esa vía Lacan explica que las fases de constitución del sujeto están dadas por la alienación y la separación. “(…) En la primera la elección es forzada, en la segunda no”[29]. En la primera es el lenguaje que se introduce en el real de la sustancia gozante, e impacta alienando al ser en tanto que representado por un significante para otro significante[30], justo en el lugar donde existe mera exigencia pulsionante del lenguaje: simple demanda, haciendo del ser ‘objeto’. Esta explicación no basta porque es necesario encontrar la dimensión acorde con el psicótico, para hablar de su libertad, y lo que lo aclara es la estructura significante, entre dos significantes: cuando un sujeto está representado por un significante para otro significante existe un ordenamiento que le permite justamente metaforizar el deseo, pero si solo existe un significante, su deslizamiento será metonímico, sin posibilidad de encontrar una referencia entre los significantes, que le permita dicha metaforización, quedando atrapado en la seducción del ser. Lombardi escribe: “(…) Y si solo hay un significante, no hay sujeto representado para… Puede haber ser, puede haber acto incluso, pero no sujeto”[31].

En la separación se juega el ejercicio “(…) conscientemente asumido o desmentido, de la voluntad en un punto que concierne tanto al deseo del Otro como al goce pulsional”[32]. Esto permite ir un paso más allá de lo logrado en la alienación para el sujeto que posee la representación, es decir, dos significantes entre los cuales uno lo representa para el otro. De esta manera se comprende cómo el psicótico es el único que ejerce la libertad en la vía de estar nunca amarrado al Otro, debido a que en la cadena significante no tiene la asociación de dos significantes que operen la metáfora, lo que genera su salida de la vida neurotizante, estructura del psicótico “desencadenado” y “desencadenándose” en la relación con el semejante, en la medida en que una de sus imposibilidades es hacer lazo social, debiendo asumir el ser un costo excesivo. El psicótico dice un ‘no’ rotundo a las opciones que ofrece el Otro, lo que genera que su acto sea ‘pasaje al acto’, culminación de la alienación en tanto que se elimina al Otro[33].

Por su parte el neurótico se encontrará siempre en la coyuntura de soñar la libertad en la medida en que sufre de una cotidianidad estancada, a la que quisiera imprimir algo de más interesante, algo transgresor en ocasiones, conquista en otras, pero siempre en la mira de elegir aplazando su momento, ‘matando el tiempo’ en el sueño de engañar al semejante, soñando la libertad pero sin ejercerla.

El binarismo del significante logra constituir la trampa (narcisista) con la que el neurótico permanece fascinado. El análisis, en tanto de-subjetivación programada, le enfrenta (no sin violencia) a su a-parición[34] en tanto deseante, en la apuesta de la asociación libre, que explora ‘todas’ las combinatorias posibles, hasta agotarlas y concluir por las opciones vitales, fuera del binarismo, que el sujeto puede acceder, en la desalienación de la trampa narcisista.

Referencias Bibliográficas
Izcovich, Luis Transferencia y Pasaje al Acto en Acto, pasaje al acto y acting out en psicoanálisis, Gloria Gómez Editora, Bogotá, 2010. Página 102.

Lacan, Jacques, Seminario el momento de concluir, inédito, referenciado en Gabriel Lombardi, Op. Cit., página 50.

Lombardi, Gabriel  ‘Predeterminación y Libertad Electiva’ en Revista Aun, Foro analítico del Rio de la Plata # 3-4, 2010.



[1] Gabriel Lombardi, ‘Predeterminación y Libertad Electiva’ en Revista Aun, Foro analítico del Rio de la Plata # 3-4, 2010.
[2] Ídem, página 38.
[3] Ídem, página 39.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem, página 40.
[8] Ídem, página 44.
[9] Ídem, página 45.
[10] Ídem.
[11] Ídem, página 46-47.
[12] Ídem, página 47.
[13] Ídem.
[14] Ídem, página 48.
[15] Ídem.
[16] Ídem.
[17] Ídem, página 52.
[18] Jacques Lacan, seminario el momento de concluir, inédito, referenciado en Gabriel Lombardi, Op. Cit., página 50.
[19] Ídem, página 51.
[20] Ídem, página 54.
[21] Ídem.
[22] Ídem, página 55.
[23] Ídem, página 59.
[24] Ídem.
[25] Luis Izcovich, Transferencia y Pasaje al Acto en Acto, pasaje al acto y acting out en psicoanálisis, Gloria Gómez Editora, Bogotá, 2010. Página 102.
[26] Gabriel Lombardi, Op. Cit., página 61.
[27] Ídem.
[28] Ídem.
[29] Ídem, página 65.
[30] Ídem, página 66.
[31] Ídem.
[32] Ídem, página 65.
[33] Ídem, página 69.
[34] parto, que implica ambos elementos de la fórmula íntima del fantasma, el sujeto y el objeto, y su particular relación.