viernes, 14 de octubre de 2011

Reseña sobre: “LA FUNCIÓN DEL PADRE EN PSICOANÁLISIS”, Y “EL PADRE REAL, EL PADRE IMAGINARIO Y EL PADRE SIMBÓLICO, LA FUNCIÓN DEL PADRE EN LA DIALÉCTICA EDÍPICA”, “LA FUNCIÓN PATERNA Y SUS AVATARES”

Basado en Joel Dor, El padre y su función en psicoanálisis, capítulos 1, 4 y 5, Nueva Visión, Buenos Aires, 1984.

Evaristo Peña Pinzón
Psicólogo Universidad Nacional
Candidato a Magister Psicoanálisis y Cultura Universidad Nacional de Colombia
Docente Facultad de Psicología Universidad Antonio Nariño

Partiendo de la experiencia del pequeño niño en el marco de la fusión inicial con su madre, llegamos a la problemática del padre en tanto representante de una ley isomorfa al deseo. Freud adelanta este descubrimiento en el momento en que propone el edipo como drama vivido por el pequeño/a ante la inminencia del cambio rotundo de la mirada de su madre sobre otro lugar en el lazo familiar[1]. Lacan propondrá, con su estructuralismo, una situación en la que los elementos se juegan de una manera particular, a saber: la instauración de una ley producto de la función metafórica del deseo materno gestionada por el padre. Así, la problemática inicial que se planteará es la calidad, el estatuto del padre, en relación con lo que el psicoanálisis descubre en el complejo de edipo.
Iniciemos por seguir lo que el autor propone en relación con que el concepto de “padre” en psicoanálisis. No se trata del personaje encarnado sino de una función propia de la estructura producto del lenguaje en la que se forjan los sujetos humanos. De allí que la noción de padre en psicoanálisis sea la de operador simbólico, que si bien no es histórico debido a que no se refiere a quien ha sido genitor, en la medida en que él no funda la función[2], sí es el que puede ordenar y originar la historia subjetiva en tanto historia mítica.
Esta historia mítica se refiere al paso de ese instante preedípico a un enlace con los vínculos sociales vía la prohibición remarcada para el sujeto y hecha represión, operación que sobrecoge a la fusión fundamental de la madre con el hijo.
La consistencia de la función paterna es la cuestión estructurante puesta en acción para el sujeto en un segundo tiempo, después de sus enlaces imaginarios que hacen posible la emergencia del sentido y de allí el anudamiento con lo simbólico, todo en un marco de operación lógica de soporte de los elementos, los cuales logran eficacia solo en la mediación que cada uno hace de los demás.
Ahora, “operador simbólico” se entiende como aquello que reemplaza un significante fundamental por otro significante, siendo el significante fundamental el que aporta la madre en la fusión con el niño. De allí que podamos decir que ésta “función paterna”, en tanto simbólica, es universal, pues es la cuestión que logra en el humano forjarse como tal en las redes del lenguaje, indistintamente de las costumbres o demás características de lazo que se imponen en cada vinculo familiar particular.
La función que cumple el “operador simbólico” atraviesa la sexuación del sujeto, siempre en lo plausible de una identidad construida y por ende no reductible a la bipartición biológica, hecho que permite al sujeto desplegar sus identificaciones más allá de una adaptabilidad instintiva. La función paterna es condición de la sexuación, pero también, de ahí en adelante, de la organización de los significantes con los que el sujeto esforzará representaciones, otros significantes con los cuales encontrará rastros de su pérdida y de sus elecciones, dentro de las redes del deseo.
Las consecuencias de pensar la cuestión del padre como “significante ordenador simbólico” son:
·         Ningún padre de la realidad es poseedor ni fundador de la función simbólica a  la que representa.
·         Un padre en la realidad se constituye en el vector (direccionando) de esa función.
·         La cuestión será más de la cualidad del padre dentro de la estructura, y al hablar de cualidad de entenderá la naturaleza de su funcionamiento en tanto elemento (padre simbólico, imaginario o real).

La estructura hace un lugar al padre, y su función prevalente será la de depositario de hacer valer la existencia de la ley de prohibición del incesto, la cual prevalece sobre las normas y preexiste a todas las reglas de interacción humana.
La estructura en donde se tramitarán los estandartes del padre será el espacio de negociación imaginaria entre los protagonistas de la fusión original: madre-hijo, quienes al inicio se encuentran referidos siempre a la respuesta por el estatuto del falo en tanto que significante del deseo de uno y de otro.
El falo será un significante de entrada para una mujer en la vía de ser madre, al obtener por medio de su sexualidad la posibilidad de encontrarse con un objeto que viene en el lugar de la falta en ser que posee: un hijo. Esta relación resulta bidireccional, pues ella invitará al pequeño a ser ese objeto que colma, momento fundamental en el que se hace un amarre primario de los corporal a las imagos fundamentales de placer-displacer mediatizadas por la madre, quien introduce también, en tanto función materna, las primeras transacciones simbólicas del pequeño niño.
Falo entonces que juega de maneras diversas para la economía subjetiva de la fusión inicial de la madre y su hijo, relación primigenia fundamental para establecer los elementos estructurales que se jugarán luego con la función paterna, la cual está siempre tras bambalinas para hacer su participación en la escena de triangulación edípica.
¿Cómo ingresa el padre a ser parte de esa fusión inicial y cómo logra operar en su calidad simbólica? Por medio de su existencia en los otros dos registros de la realidad humana; como producto de la necesaria naturaleza de incompleta que posee la madre, se realiza su interés más allá de su hijo-falo, favoreciendo la entrada en la fantasía del rival para el niño/a; pero también la condición de que un padre se dirija a esta y responda de su propio deseo, es decir, de esa falta en ser que porta como hombre y que la hace dirigirse a ella como objeto de su deseo.
Entonces no se trata de tiempos cronológicos secuenciales, se trata de tiempos lógicos que implican la existencia de elementos suficientes para que se subjetive el edipo como drama estructurante en el sujeto.
El padre será convocado, en un estatus de real[3], para dar prueba de su derecho de ciudadanía en el país otro que es la fusión de la madre con su hijo-falo. De allí que ésta noción de padre real sea más cercana al de la encarnación, pero siempre en función de lo que se operará simbólicamente, es decir, en relación con la operación de sustituir con un significante otro significante que representa al deseo materno.
El hecho de estructura fundamental será entonces que el deseo materno sea susceptible de dirigirse a otros significantes y no solo al hijo, ley interna de la ordenación simbólica que antecede como prohibición del incesto para la madre, lo que abre la puerta para la sujeción del pequeño a ésta ley, la cual equivale a desear más allá de la relación preedípica inicial.
El operador simbólico realizará su labor en tanto metáfora, operando como un significante: nombre del padre. Este, en tanto elemento de la cadena simbólica, permite sustituir el deseo materno para la realidad del infante.
Ahora bien, la situación es partir de esta operación para entender que se trata de una función simbólica, que se cumplirá bajo las condiciones particulares de la estructura que se juega en la negociación libidinal del triángulo madre-hijo-falo. Intervendrá el padre en categoría de operador de sucesiones lógicas de investiduras diferentes, tanto del objeto como de su lugar en la estructura.
La función paterna propenderá por:
  • Instituir y regular la dimensión de complejo y de conflicto del edipo.
  • Promover el desarrollo de la dialéctica edípica en tanto sustitución metafórica del deseo, lo que no exige la presencia de un padre real.
  • Evidenciar que la carencia del padre simbólico tiene que ver con su inconsistencia dentro de la estructura para realizar la metáfora del deseo, lo cual no es coextensivo de tal o cual carencia en, o de, un padre real.
  • Operar solo en calidad de función simbólica, metáfora del nombre del padre.

Las operaciones lógicas de corte que se producen y que dan un estatuto determinado al objeto y su falta son introducidas justamente en las modalidades como la función se realiza en sus distintos registros, sustentándose en la existencia de un padre, comprendiendo que su acción es funcional más que de emergencia cronológica, y que su participación en la escena desde los diferentes registros es lo que alimenta el potencial de efectos que se consolidaran con la metáfora paterna.
En la historia del pequeño, mítica, los primeros objetos que vienen en el lugar de solucionar la necesidad corporal son ajustados por el deseo materno, lo que hace que estos objetos en tanto reales sean fijados como imagos por un agente simbólico que sería la madre en tanto dadora de alimento, cuidado, etc., serie de objetos que se introducen como sentido, significados impuestos por la madre, los cuales nunca resultan equivalentes a las necesidades orgánicas del niño, pero fundan una primera transacción bajo las condiciones del deseo del Otro y de su poder: dar el objeto en tanto que don de amor, pero a la vez restringirlo debido a las condiciones que la realidad imponen a su no-permanencia en el espectro del pequeño/a.
Con las primeras simbolizaciones ya ancladas se producen efectos estructurales de privación de objetos simbólicos. Porque se ha instituido el objeto como significante, como parte de la transacción susceptible de hacer con el Otro por vía del deseo y la demanda, se establecerá una privación real de un objeto simbólico. Real porque se trata de eso que dona el Otro, no está en el pequeño: en la ausencia del Otro se instituye parte de la realidad contundente, inmanejable por demás a menos que haga el esfuerzo de representar dicha falta. Se introduce un agente imaginario, a quien se le supone la calidad de ser el que es capaz de hacer desaparecer la presencia del objeto simbólico que el otro materno da. Este agente será objeto de rivalidad en la fantasía del infante en tanto que se le supone ser quien posee  las cualidades que producen el efecto de las idas y venidas de la madre. Estatuto del padre imaginario.
En la castración se trata de una operación simbólica, ejecutada por un agente real sobre un objeto imaginario[4]. El niño, en tanto falo imaginario de la madre, sale de su estatus para dar paso a la simbolización consolidada y así anclarse con mayor posibilidad en las experiencias de la “falta de objeto”, todo debido a la retroactividad de sus vivencias. Esta operación es en presencia del padre real, que da prueba de su derecho en el deseo materno, coartando tanto la satisfacción de la madre y la del niño.
Todo el proceso derivará en la constitución de la metáfora paterna como causa de la represión original en el niño/a, debido a que la fusión preedípica ha sido intervenida y retornar a esta se torna en insoportable estructuralmente, y dramática para el sujeto. Al estar expuesta la estructura al elemento de la falta del Otro materno y a la sustitución posible de éste con el significante del nombre del padre, se funda la división subjetiva que despliega el potencial simbólico para la existencia del hablante, del inconsciente y de las modalidades específicas de relacionarse con el objeto[5].

EL PADRE SIMBÓLICO
La función del padre simbólico logra hacer que la ley de circulación del falo se cumpla en calidad de significante que no se estanca en lugar alguno, que siempre está en juego entre los protagonistas del triángulo edípico.
Solo es posible que ésta función opere en la medida en que los protagonistas asuman un determinado lugar que se encuentra predefinido por el orden simbólico, en primera medida por cuenta de la diferencia de los sexos, cuestión que refiere a la existencia de seres con pene o sin éste, estatuto que lleva a la representación de seres poseedores de un órgano y de otros que no, de ésta representación se configura la cuestión de suponer el tener. Cuestión fundamental, junto a la situación de ser, para que se den los primeros ordenamientos simbólicos hasta lograr la estructuración de un sujeto.
La situación crucial es que los protagonistas poseen un lugar, asumiendo ser dentro del juego de relaciones familiares, lo que introduce la serie de situaciones para los juegos de poder que se darán en la estructura, poder relacionado con la plausibilidad de tener o ser un objeto privilegiado, según sea el momento de la estructuración. La madre asume un determinado lugar en la relación con su hijo, y éste, en la misma vía, un lugar que intenta corresponder al deseo materno. Ambos aportan a  la dialéctica de la transacción del objeto por cuanto el niño se constituye como objeto privilegiado, fálico, del deseo materno, y la madre aportará los objetos fundamentales para que lo imaginario consolide lo real y haga lo propio para favorecer la simbolización. Momento preedípico, al que se le adosará la existencia del padre en razón de la manera como éste tenga o no un lugar en el discurso materno para la regulación de la economía psíquica del niño. De allí que es necesario distinguir en calidad de qué adviene un padre en la realidad psíquica del niño y en el deseo materno, crisol en el que se consolida el edipo, dando paso al deseo-ley y a la existencia de un sujeto.
Lo crucial de este paso radica en que en el se definirá toda la incidencia para el niño frente a las opciones de ser o de tener, de acuerdo con lo que la estructura le ofrece para sus identificaciones más allá de la fusión primaria con su madre. De hecho, se comprueba en las situaciones de la clínica y de lo social cómo el sujeto habla de las identificaciones que, más cercanas a ser el falo de la madre, dejan al sujeto en un lugar de desmentida de la castración, asumiendo su papel para muchas de las situaciones vitales desde el desafío o la transgresión. Apuntemos que dicha castración no es otra que la de la madre, correlativa de la ley que imparte el padre en tanto metáfora: que hace corresponder la falta de la madre con el deseo por otra cosa diferente al niño. En la estructura perversa el sujeto se encierra, queda capturado, en la representación de una falta que no simboliza, que lo llevará a retractarse en lo sucesivo de la castración materna, construyendo además un andamio para impugnar incansablemente la ley que ha quedado interdicta en oportunidad del estancamiento de la cuestión fálica dentro de la estructura. Y no es que el padre aquí no opere, sucede que su operación no se constituye simbólica, y el sujeto queda pues atrapado entre el ser y el tener imaginarios de la relación con el deseo materno.
El autor apunta lo interesante de encontrar en la estructura perversa la “llamada seductora de la madre asociada a la complacencia silenciosa del padre”, fantasía que habla de los factores que, en circunstancias propicias, logran contundencia para que el sujeto opte, en relación con las posibilidades abiertas o cerradas por los significantes maternos y paternos, en relación con una dialéctica que cavila entre ser y tener, opciones que la identificación fálica primordial, de orden imaginario, le han mostrado. Identificación con un yo ideal que es susceptible de perpetuarse.
En la estructura del obsesivo el estatuto del padre ha intervenido marcando el índice de su deseo, el del padre, para cerrar el paso a la identificación fálica del niño, pero no del todo, pues queda abierto un paso regresivo para que el sujeto juegue entre idas y venidas sostenidas por una insatisfacción existente en el discurso de la madre, justo referida a su relación con el padre, lo que se interpone a que logre su operación simbólica. El niño entonces tiene elementos suficientes para simbolizar la falta, pero a pesar de que existe un reconocimiento de que el objeto ha sido perdido, no deja de insistir con la idea de que puede retornar a la ubicación de éste en el deseo materno, justo porque dicha insatisfacción materna convoca al niño en el lugar de identificarse con el falo, lo que conlleva a que viva la “nostalgia” de ser lo que completa a la madre, con la aspiración a lograrlo a sabiendas de que sus vivencias reportan lo imposible de ello. El mecanismo para el obsesivo será el de reprimir lo que él era para el deseo materno, y los significantes que connotan lo mortífero de esa relación así planteada por la madre. En esa nostalgia se escucha cómo el obsesivo aspira  a lograr ese lugar, y cómo el padre (o aquellos que representan su imago) se interpone en el camino para su logro, asumiendo el sujeto un goce pasivo de ser el objeto de la satisfacción del Otro materno a la vez que vive una rivalidad permanente con todo aquel que represente las investiduras paternas, elementos correlativos en tanto que las aspiraciones del obsesivo siempre están en el próxima realización, suponiendo que es capaz de reencontrar la satisfacción, la cual considera interdicta por el padre, esperando su declinación para poder acceder a aquello que le es vedado.
Veamos que la distancia del perverso y del obsesivo es estructural en tanto que los modos de enfrentar la cuestión de ser y tener en el primero quedan restringidos a formas ruinosas o marginales de encontrar la transacción posible ante la castración insoportable en la madre (y en las mujeres), echando mano del fetiche para poder solucionar el impasse, o proponiéndose él mismo como objeto de goce de la madre, pero con el fin prácticos de denegar lo insoportable de la falta del Otro ante sus propios ojos, se desliza entonces mediante objetos postizos e imaginarios al enfrentamiento vital con la falta. El obsesivo sacrifica en parte el tener por el ser aquello que colma al Otro, lo que lo lleva a permanecer cautivo con la imagen propia en la perspectiva futura de lograr satisfacer al Otro materno, generando una pasividad recalcitrante para su propio deseo y una rivalidad con aquellos que se interpongan en algún proyecto de satisfacción, aún si esta no es buscada activamente. Para el perverso la madre se constituye en una figura ambivalente: santa/obscena. Santa en tanto que ella no dirige su deseo hacia el padre, debido a que su discurso deniega lo que el padre le puede ofrecer, desde la perspectiva del perverso es una santa-asexuada, virgen devota de su hijo que es omnipotente; obscena en tanto que, si muestra que su deseo pasa por las redes del padre, es merecedora de los vejámenes que el perverso impone, una doble transacción en la que siempre resulta él dentro de un contrato en el que juega a ser el falo o a tenerlo, a producir en el otro la seducción ante lo abyecto y lo primario de goces parcializados imaginariamente. El obsesivo se divide entre actuar y esperar atento la oportunidad, que no llega nunca planteada en su esplendor, de colmar el deseo de la madre. Se las ingenia para permanecer a resguardo de enfrentar la responsabilidad de la demanda, haciendo que el otro se proponga adivinar lo que él mismo no concreta: cara pasiva en la que hace esfuerzos indecibles por encontrarse con eso que lo colmaría a él colmando al Otro. Por otro lado, se asegura siempre de controlar y dominarlo todo, con la idea de que así nada queda librado al azar, y pueda protegerse de un porvenir incierto, porvenir que le revelaría su calidad de deseante. Su principal actividad consistirá en sustituir él mismo al padre para llegar a ese lugar junto a la madre.
Por otro lado encontramos la histeria, en la impugnación fálica que se abre paso por las vías de interrogar a los protagonistas de la escena en relación con la pertenencia del falo. La cuestión se trata para la histeria de la reivindicación de tener el falo, tener eso que causa el deseo del Otro, haciendo lo posible por revalidar aquí o invalidar allí aquello que un semejante pueda tener para ofrecer. Justamente, elige el lugar de tener el falo para identificarse, partiendo de que el sujeto se cree privado del objeto a partir de la vivencia de insatisfacción, al haber salido de la lógica de ser el falo en la relación con la madre, su perspectiva se convierte en la de tener el falo que responde por el deseo del Otro. Se deriva entonces la posibilidad, desde la fantasía de la histeria, de que la madre era poseedora del falo y que éste es un atributo que le corresponde en posesión a un protagonista, es decir, que alguien lo tiene y que solo se trata de una privación sufrida al declinar su posesión. Se abre entonces la sintomatología de la histeria en el horizonte de identificarse con quien posee el falo, asumiendo roles de desposesión-posesión con sus semejantes, en lo cual se evidencia la posición sintomática asumida ante la función paterna. La postura infantil, podríamos decir, que se demuestra en la histeria se encuentra en proporción con quedar alienada con el deseo del Otro en un espacio imaginario en el que la confusión de la identificación y las aperturas a lo simbólico han sido estorbadas por vivencias o fantasías del sujeto, en las que se aprovecha la oportunidad de signar significantes en tanto traumáticos, como causales de la privación que se aspira superar en términos de posible completitud.

Bibliografía y referencias:
  • Jacques Lacan, El Seminario Libro 1, Los Escritos Técnicos de Freud, Paidós Editores, Barcelona, 1983.

  • Jacques Lacan, El Seminario libro 4, La relación de objeto. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004.

·         Jacques Lacan, El Seminario libro 5, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007.

·         Jean-Baptiste Fages, Para comprender a Lacan, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2001.

·         Joel Dor, El padre y su función en psicoanálisis, capítulos 1, 4 y 5, Nueva Visión, Buenos Aires, 1984.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 14, Introducción del narcisismo. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2006.



[1] Se puede revisar el asunto en varios lugares de la obra freudiana, pero en especial en el caso del pequeño Hans. Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, Análisis de la fobia de un niño de cinco años. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
[2] La claridad al respecto es que cada vez que emerge un padre se reedita lo que en la secuencia de generaciones humanas se ha logrado en acuerdo, que la fundación de la instancia paterna es también mítica.
[3] Más adelante se tratará sobre los registros en los que emerge el padre en calidad de simbólico, real e imaginario en relación con las operaciones que realiza en la realidad del humano.
[4] Jacques Lacan, El Seminario libro 4, La relación de objeto. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004; y Jacques Lacan, El Seminario libro 5, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007.
[5] Recomiendo como apoyo la lectura de Jean-Baptiste Fages, Para comprender a Lacan, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2001, especialmente las dos primeras partes del primer capítulo, en donde expone la transacción significante-significado, siendo la que soporta, en tanto efecto estructural del lenguaje, la posibilidad de que el deseo materno sea transado con la metáfora paterna. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

CONSIDERACIONES SOBRE EL PADRE EN “EL HOMBRE DE LAS RATAS””[1]

Este texto hace parte de la  revista El Hilo Analítico N° 6 ISSN 1900-2734, publicación de la Facultad de Psicología de la Universidad Antonio Nariño

Evaristo Peña Pinzón
Psicólogo Universidad Nacional de Colombia
Candidato a Magister en Psicoanálisis y cultura Universidad Nacional de Colombia
Docente Universidad Antonio Nariño

Para estudiar este tema, Masotta divide la cuestión en ocho acápites que le permiten organizar la problemática. Así, encadenará la necesaria referencia al caso y a las incidencias de lo inconsciente como factor predominante en la neurosis, tomando como elemento central la función del padre para comprender de qué se tratan los síntomas del hombre de las ratas[2], en especial el delirio de su deuda, fundada en un imposible de saldar.

  1. En la neurosis existe un esfuerzo de restitución de algo que no va en el sujeto. Los síntomas son ese esfuerzo, en el que se juegan elementos estructurales para el sujeto y para encontrar modos suplementarios de enfrentarse ante las dificultades vitales que se le plantean. Uno de los elementos cruciales es la función del padre, la cual cobra una relevancia central para nosotros debido a lo que ésta logra para el sujeto: permitir que el hijo acceda al deseo, situación subjetiva propiamente dicha, pacificante en tanto que productora de un sujeto dividido, deseante, inserto en la cadena significante. En contraposición con otros modos de abordar teóricamente la situación, Masotta propone el método lacaniano, de no quedarse con la idea de la maduración sexual o de aquellas proposiciones que evidentemente quieren superar la problemática elidiendo elementos de lo que el paciente, originalmente, comunicó a Freud. De aquí que referirse exclusivamente al Edipo como un drama, compuesto de personajes más o menos carentes, no hace una clara explicación de lo que en psicoanálisis se ha revelado como función paterna, y menos de las posibilidades simbólicas que al sujeto le quedan en su devenir. Debe hacerse una referencia a la castración, a la falta, para que los dos complejos (el de edipo y el de castración) trabajen lo que deben responder de la subjetivación humana, a saber, que un complejo no va sin el otro. Esto aclararía un poco el panorama en función ya no de restituciones de objetos, sino en cuanto a lo que funcionalmente puede responder, por ejemplo, el padre en tanto función estructurante de la cadena simbólica para un sujeto. El ejemplo es contundente: pensar la cuestión de la agresividad, y la toma de partido por una supresión o por una mejor realización expresiva de ésta en el consultante no proviene sino de esas complicaciones que no se enfrentan teóricamente, confusiones que llevan a caminos que no son productivos en relación con lo realmente original de la articulación edípica: la agresividad posee la propiedad de revelar el lugar de mayor alienación, correlativo a que es constitutiva de la matriz narcisista del yo. Entonces, cada término en su lugar. No podríamos decir que a partir de la agresividad, constitutiva del yo y por ende acompañante imaginaria de todas las articulaciones que puede realizar el sujeto, encontremos el fundamento articulador del edipo, pues se trata en propiedad de un tiempo lógico anterior en el que se ha construido lo necesario para dar ahora pie a lo que en el edipo se jugará: el anhelo de que el padre muera, de que por ésta vía el sujeto pueda gozar de aquello que le ha sido prohibido.

  1. Digresión hacia la cuestión de la masacre de los hijos por los padres. Lo crucial es el lugar de los hijos en las fantasías y designios, muchas veces mortíferos, de sus padres, cuestión que poco tiene que ver con la lucha entre generaciones, distancia que se impone el punto de vista analítico, más sí con el anhelo que permite encontrar la manera como el sujeto se ha insertado en la diacronía de las generaciones. ¿Qué revela el “filicidio”? que justamente existe una relación de ese asesinato cometido por el padre en el que se repite lo que lo unía a sus propios padres en tanto hijo. Y esto lleva, en los ejemplos expuestos, a una doble muerte en el hijo: la primera a cuenta de la captura que la madre hace del hijo, y la segunda la que el padre propicia para arrancarlo de la madre. Arrancar con la muerte a un hijo de su madre es la función paradójica que un padre hace para que el primero no quede perdido en ese mar del deseo incolmable de la madre. Y en el discurso materno se propone, como lo hemos visto ya, una insalvable queja materna en las estructuras neuróticas, en las que el padre parece ausente. Ausente en el discurso materno en cuanto a sus blasones, en cuanto a la posibilidad de tener una palabra que seduzca sexualmente a la mujer existente en la madre.

  1. Lo anterior no riñe con la experiencia. El caso del padre de Juanito, “…presente, amable y no obstante totalmente inoperante porque su palabra, ante la madre, carece de valor. La posición del padre es cuestionada entonces, y esto es en definitiva lo que sujeta a Hans al deseo de la madre.”[3] Referencia que hace Lacan al segundo tiempo edípico, en el que el padre interviene en un doble sentido, por un lado prohíbe la satisfacción del niño con su madre, pero a ésta también le pone cotas en tanto la priva del objeto fálico. Encuentra el niño una ley que somete el deseo, al deseo del Otro. De allí que el ejemplo de contraposición sea el de Schreber, en el que está claro que el padre bien cumplía funciones de autoridad y de proveedor en el seno de la familia, pero más importante que ésta dimensión es la de que no renunciaba un ápice en relación con el cuidado y la educación de sus hijos, origen de la psicosis del hijo por cuanto no había referencia de segundo orden como en el caso de la construcción edípica, sino referencia univoca, enloquecedora, del goce paterno con el cuerpo a cuerpo con su hijo Daniel. El padre de Schreber no es en propiedad un padre que despegue a su hijo de la construcción inicial dentro del deseo materno, hace más bien una suerte de exclusión de esa posibilidad en aras de la experimentación de sus artefactos y sus rígidas metodologías educativas en el cuerpo de sus hijos, lo que sigue la secuencia con la primigenia construcción yoica en la que es de exigencia quedar con la referencia del deseo materno. Así solo es posible quedar amarrado a un S1, pero sin recurso a un S2 que sustituya en la cadena simbólica metafóricamente el deseo, es decir, ley de ceder el impulso por otra cosa.

En el caso del hombre de las ratas es diferente, él tiene referencia a S2, a una metáfora paterna que le permite remitirse al drama familiar, a su mito individual, para transar algo de su devenir sujeto: aquí es donde la cuestión de la deuda insaldable está representada por esa deuda que el paciente de Freud se propone no pagar, pues ser sujeto ha implicado asumir una deuda en la cadena simbólica que le ha dado un lugar, lo cual sólo se paga con la vida misma, con asumir la muerte para dar secuencia a las generaciones, así como acceder a ser padre y dar su nombre como algo que representa a otro sujeto en la cadena significante. De allí que esa deuda del padre quede marcada para el paciente de Freud, en tanto que fantaseada como nunca saldada por el padre, como la que le será propicia para enunciar su lugar en la cadena generacional en tanto simbólica mediante una “insignificante deuda”, de la que no es claro del todo por qué se resistía a pagar: es necesario pagar la deuda, pero a la vez dejarla en saldo, imposible de pagar, pues el riesgo es el de desaparecer como sujeto. Si paga la deuda es la que el padre, en la fantasía del paciente, no resolvió, lo cual representa esa decisión que tomó el padre en relación con un matrimonio por conveniencia, acto con el que perdió su potencial de hacer valer su palabra ante una mujer que era de quien estaba enamorado. Es la situación equivalente en la que el paciente se encuentra al ser arreglado un matrimonio endogámico, para el cual la madre ha mostrado más que su aprobación, su exigencia. Manteniendo la deuda queda abierta la posibilidad de sacarle el cuerpo a la madre, a ese matrimonio por conveniencia y a la decisión que considera equivalente a la que el padre optó.

  1. La cuestión del erotismo anal. La compleja trama de elementos se desencadenan progresivamente en el discurso del paciente hacia los significantes que representan esa modalidad de goce específico a lo anal, y no necesariamente en relación con las ideas de homosexualidad o de falos fecales introducidos en el ano. Si bien el paciente comenta las abluciones de su infancia, se trata más de la manera como asumirá una economía en las cuestiones del placer y displacer, en las que se trata del control, con la idea de que no suceda eso tan desagradable que resulta en el bordeamiento de las prohibiciones. Control con su mirada y control de sus pensamientos, control de su impulsividad agresiva que se fundamenta en la relación de amor-odio que sostiene con sus cercanos, que emergen en el momento preciso de aproximarse el deseo con su acucia. La cuestión relevante es por qué el padre y la dama quedan en equivalencia para su fantasía de la tortura de las ratas. Desglosemos. El deseo y el amor no están confundidos. El deseo en tanto ley instaurada por el padre es más la posibilidad pacificante para el sujeto y no la causa de las emergencia o desaparición de las inhibiciones del paciente. El amor, pariente del narcisismo, se construye en la relación primordial, propugna por el cumplimiento de la transgresión hacia la completitud, persistente en el inconsciente. El deseo se entroniza con la prohibición y despliega en el sujeto su dirección hacia otra cosa. En el drama del Hombre de las Ratas la prohibición se desinstala en ocasión de la proximidad de un matrimonio arreglado, dentro de los vínculos endogámicos-convenientes que han favorecido que su propio padre no tenga palabra ante su esposa, la madre del paciente. ¿Qué le queda al sujeto? La situación de verse en el horror de sobrepasar aquello prohibido al acceder a ese matrimonio incestuoso. Y el padre, entes de su muerte, diciendo su desacuerdo, le ha cerrado paso al paciente en su relación con la prima, a quien claramente el hombre de las ratas ama. Qué salida si no la de enfermar con ocasión de ésta situación, en la que el deseo no es posible. Queda la muerte del padre como condición de erección del deseo del sujeto. Pero en este caso es la muerte de un padre que “ya está muerto”. Lo importante aquí no es la eficacia de la muerte de ese padre real, sino la constitución subjetiva que se plantea a la muerte del padre, como momento lógico en el que se puede acceder al deseo vía de la prohibición instituida y la culpa sublimada como amor hacia el padre. Es el momento de que la deuda se instale para toda la vida, pues a la muerte del padre responde la Ley que se instituye para que el sujeto desee. Es paradójico, pues la prohibición protege al humano a quien prohíbe, es un mecanismo de defensa que opera directamente sobre el deseo materno.

  1. El padre aparece en la triada edípica mediado por la madre. Es ella quien lo introduce pero al nivel de la cuestión del deseo sexual, es decir, con aquello que ella encuentra fuera del hijo para su satisfacción, más no en relación con roles o más o menos de habilidades y reconocimientos humanos. En otras palabras, una mujer puede respetar y valorar a su compañero, con quien tiene hijos, pero no necesariamente desearlo. De allí que el dinero del paciente tenga ese valor imaginario de ser objeto con el que la madre completa al padre, madre fálica que hace su ley sin recurso al Otro, y un padre que no está instituido en su función en la medida en que no prohíbe la madre a su hijo, más bien, lo que prohíbe es lo que se opone a la madre. Sin salida en la que se ve confrontado el paciente, al punto de la imposibilidad de imaginar ser padre, de lo cual habla la mujer estéril de sus pensamientos.

  1. Lo que falla en la estructura de las generaciones no es una cuestión de ideología materialista de quien da o no da los objetos materiales, o el dinero, es más una cuestión de los emblemas sociales de la época que son los ideales del yo con los que no es posible una identificación pacífica, en tanto que el padre ha roto esa cadena al pasar a la acción en un matrimonio en el que su palabra ha sido dada y ha sido fallada, en la cual su compromiso con su deseo se rompió, y así lo hace con su hijo al producirlo en una cadena en la que es representante de ese compromiso roto, de ese deseo no resuelto por el padre, y de esa invalidez de su palabra con su esposa, la madre del paciente, lo cual le cierra la posibilidad de asumir algunos títulos de su ser sexuado.

  1. El sujeto encuentra con la ayuda de Freud[4] tres puntos de conflicto referidos al padre: 1). Miedo al padre 2). Hostilidad contra el padre 3). Falta de confianza en el padre. El sujeto intenta, a veces de modo fallido, restituir la función del padre. El capitán cruel es un buen ejemplo de ello, pero se queda corto en relación con que, siendo un padre que no se equivoca, será la sin salida del sujeto. Un padre, en cuanto a su función simbólica, falla: en ambos sentidos, comete el error y es el que posee el estatuto de palabra sagrada, lo que puede favorecer la consistencia de una metáfora del deseo materno en aras de la identificación del hijo con los ideales sociales. Un padre que está seguro de encadenar el S1 con una significación, cierra de golpe la puerta en la cara de su hijo: “debes casarte con la mujer que tu madre disponga, así como yo lo he hecho para conveniencia de todos”. El paciente enferma restituyendo la función de un padre que le saque de esa identificación mortífera. Desaparece la posibilidad de hacer cadena S1 asociado con cualquier S2, porque la palabra del padre se torna inscripción literal. De allí el pendular del obsesivo, dejando en manos del otro el deseo, haciéndose el muerto a la espera de que otro tome la decisión final que él no asume.

  1. No existe adecuación del objeto al deseo, como no existe una adecuación de la metáfora a lo que representa. De allí que la metáfora paterna, ficción constitutiva, esté ligada a una inadecuación estructural, a una falla en sí misma, que reduce el tema a la deuda simbólica que cada sujeto posee con el Otro. Y es la castración la que conduce por los bordes de esa contracción simbólica y de su lugar en la cadena. El padre real no agota la función simbólica que posee, más si puede ser quien la encarna. Es decir, no hace falta un padre encarnado pues este no da cuenta de aquello que en la función cumple, lo cual es la cuestión de unir el deseo incestuoso a la ley significante, relación que es la que nos interesa en cuanto soporte de la constitución subjetiva


Bibliografía y referencias:

      Jacques Lacan, El Seminario libro 4, La relación de objeto. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004.

·         Jacques Lacan, El Seminario libro 5, Las formaciones del inconsciente. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2007.

·         Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1979.

·         Joel Dor, El padre y su función en psicoanálisis, capítulos 1, 4 y 5, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1984.

·         Oscar Masotta, Ensayos Lacanianos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1976.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

·         Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 14, Introducción del narcisismo. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2006.


[1] Masotta Oscar, Ensayos Lacanianos, Anagrama, Barcelona, 1976.
[2] Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
[3] Lacan Jacques, Las formaciones del inconsciente, Nueva Visión, Buenos Aires, 1979. Pág., 87.
[4] Sigmund Freud, Obra Completa, Tomo 10, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 2005.

viernes, 5 de agosto de 2011

Inicio de actividades del II semestre de 2011

A partir del proximo sábado 6 de Agosto, reanudaremos las reuniones del semillero de psicoanálisis que da origen a  este blog,  las sesiones se realizaran todos los sábados a prtir de la 1:00 pm. en las instalaciones de la Universidad Antonio Nariño Sede Sur en Bogotá.  Las personas que deseen inscribirse o asistir pueden comunicarse con la facultad de psicología de la UAN al 2784826 o simplemente asistir a las reuniones en el horario acordado.

lunes, 25 de julio de 2011

DESARROLLO DEL CONCEPTO DE PSICOSIS EN LA OBRA DE LACAN[1]


Beatriz Eugenia Ramos
Psicóloga Universidad Nacional de Colombia
Master en “Individu et Societé, Approche Psychanalytique  Université Paul Valery Montpellier III
Docente Facultad de Psicología Universidad Antonio Nariño


“No es loco quien quiere”
Lacan Seminario III Les Psychoses


Este trabajo constituye un recorrido que busca establecer la construcción del concepto de psicosis en la obra de Jacques Lacan.
Existen tres momentos del concepto de psicosis en Lacan, el primero de ellos es la discusión sobre la etiología, en donde se plantea una crítica al reduccionismo biologicista.
En un segundo momento, Lacan plantea una postura estructuralista, en donde la forclusión del significante del Nombre del Padre produciría la psicosis, dándole al plano simbólico, o mejor a la exclusión del plano simbólico la mayor prevalencia.
Por último, Lacan plantea que es en la ruptura de alguno de los registros del nudo borromeo en donde se instala la psicosis.  Sin embargo, es necesario destacar la relevancia que Lacan le da a lo Simbólico en relación con lo Real y lo Imaginario en la estructuración psíquica.
Primer Momento
Lacan empieza a trabajar con psicóticos en los años 30s, en 1931 realiza un primer artículo al respecto en el que hace una caracterización de la paranoia desde un punto de vista psiquiátrico, su trabajo se titula “Estructura de las psicosis paranoicas”, en el hace una crítica a los abordajes que hasta este momento se habían desarrollado alrededor de la paranoia y la poca efectividad de los tratamientos que existían en la época.
En 1932, escribe su tesis doctoral de medicina: "De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad", en la cual le otorga un peso muy grande a los trastornos de personalidad en el surgimiento de la psicosis paranoica, alejándose de la postura biologicista que en ese entonces imperaba.
Lacan empieza a conceptualizar sus desarrollos desde el psicoanálisis en los años 50s, el primer seminario editado es del año 53, pero es hasta el seminario 3 sobre Las psicosis, en 1955, que establece sus planteamientos sobre la cuestión estructural en los psicóticos.

Segundo Momento
Los aportes de Lacan se basan en la lingüística y el estructuralismo, particularmente en las teorías del signo de Ferdinand de Saussure.  Para este lingüista el signo está formado por significante y significado, en donde el significante es la huella acústica o escrita de la palabra y el significado es el contenido conceptual al cual el significante corresponde.  Lacan plantea que no existe tal correspondencia, nunca lo que se dice corresponde a lo que se creía decir.  Así que los significantes hacen cadena, en donde la interpretación se desplaza de un significante a otro sin que exista un sentido univoco a las expresiones significantes. En este sentido el sujeto es un efecto del significante: “un significante representa un sujeto para otro significante” Escritos I.
De esta manera, Lacan plantea que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. A partir de esta premisa el autor se pregunta cómo es que un sujeto se sitúa frente al universo simbólico de los significantes, es decir frente al gran Otro. Particularmente en el caso de la psicosis, se trataría de un rechazo parcial de ese orden simbólico, que dejaría al sujeto por fuera del Otro.
En la psicosis el inconsciente está en la superficie, es consciente, por lo que podríamos decir que aparece en lo real. “Si es que alguien puede hablar una lengua que ignora por completo, diremos que el sujeto psicótico ignora la lengua que habla” Seminario III  (1955).  Esto permite decir a Lacan que si bien el psicótico está dentro del lenguaje, está fuera de discurso. El psicótico habla, o sea que se encuentra dentro del universo del lenguaje, sin embargo, lo que ocurre en él es que ese lenguaje no lo incluye como sujeto en la función fálica.
A este rechazo que el psicótico hace del orden social, Lacan lo llama Forclusión, este concepto tiene como origen un término jurídico que en español correspondería al término preclusión, que se define como la pérdida o extinción de una facultad o potestad procesal.
El término Forclusión originalmente se utilizaba en Derecho, se deriva del latín: foris (fuero, foro) y claudere (cerrar), de esta manera forcluir quiere decir excluir y rechazar de un modo concluyente, quedar por fuera del foro, de lo social.  La forclusión vendría a constituir el mecanismo por medio del cual el psicótico rechaza y excluye la simbolización.  Lacan va a plantear a partir de esta premisa que la causa de la psicosis vendría a ser "un hoyo, una falta al nivel del significante". Seminario III  (1955)
El significante que el psicótico rechaza especialmente es el significante de la Metáfora Paterna, es lo que Lacan llamó el Nombre del Padre.  En el complejo de Edipo es el padre quien transmite la Ley al niño, esta ley no es solo el conjunto de normas de una cultura, la ley que el padre transmite es la Ley esencial para el anudamiento del sujeto al orden simbólico puesto que porta la prohibición fundamental del incesto.  Desde los conceptos freudianos, esta prohibición es lo que organiza el lazo social, por lo que la carencia del significante primordial no permite la introducción del psicótico en lo social, esto se evidencia en los neologismos y las particularidades del lenguaje en la psicosis.
Para Lacan la forclusión de Nombre del Padre es lo que induce la psicosis, la carencia de este significante es “la falta que da a la psicosis su condición esencial, con la estructura que la separa de las neurosis” Lacan (1955).
Lo que fracasa en la introducción del Nombre del Padre, es que este significante no logra quitarle el lugar al deseo de la madre, por lo que en lugar del significante del Nombre del Padre se instala una “muleta” de la metáfora paterna, que es lo que constituye el delirio. 
Como en la relación madre-hijo, no viene a instalarse este padre simbólico, este significante fálico, lo que aparece es que el significante del deseo de la madre prevalece, es decir no hay una separación en esta diada madre-hijo, por lo que se puede decir que no existe la castración en el psicótico. Es decir que en el psicótico hay una afectación en la sexualidad en dos instancias, por un lado existe una ausencia de significación fálica, y por otro surge en el psicótico la presencia de un goce ilimitado, este goce aparece porque no hay una contención del significante primordial, es decir que el objeto a no está incluido en el significante de la castración. 
Este concepto cambiará en Lacan en el seminario XXIII, en donde se plantea que el problema de las psicosis no estaría tanto del lado de la castración, sino del amarre de los tres registros real, simbólico e imaginario, que se explicará más adelante.
Esto que ha sido forcluido, esta castración que ha sido rechazada de lo simbólico, reaparece en el plano de lo real, de allí la alucinación.
En el seminario III Las psicosis (1955) Lacan hace alusión al libro Lecciones Clínicas, de Séglas, quien después de varias observaciones a psicóticos encuentra que: “las alucinaciones verbales se presentaban en personas en las que podía producirse, por signos muy evidentes en algunos casos, y en otros mirándolos con un poco más de atención, que ellos mismos estaban articulando, sabiéndolo o no, o no queriendo saberlo, las palabras que acusaban a las voces de haber pronunciado” a partir de esta premisa se plantea que la alucinación no tiene su fuente en el exterior, entonces la tiene en el interior.  El sujeto manifiesta que no es él quien habla, entonces ¿quién habla?
Es en este punto en el que Lacan  toma el término de Holofrase de la lingüística para definir el problema del psicótico en el lenguaje, la holofrase se refiere a condensar en una palabra dos significantes si separación, es decir que el resultado sería una palabra con significado univoco.  La holofrase seria una frase- toda, en donde no hay separación entre sus componente.

“[…] cuando no hay intervalo entre S1 y S2, cuando la primera pareja de significantes se solidifica, se holofrasea, tenemos el modelo de toda una serie de casos —aunque, en cada uno de ellos, el sujeto no ocupa el mismo sitio. […] Seguramente es algo del mismo orden de lo que se trata en la psicosis. Esa solidez, ese tomar en conjunto la cadena significante primitiva, es lo que impide la abertura dialéctica que se manifiesta en el fenómeno de la creencia.” Lacan (1966)

Este fenómeno se evidencia en la psicosis con la alucinación y en la paranoia con el deliro producido por las alucinaciones auditivas, hay una certeza de este contenido alucinatorio en las psicosis en donde el sujeto no permite la duda, la separación entre los términos que conforman su delirio. 
Es aquí en donde Lacan va a cuestionarse el problema en la psicosis, el va a preguntarse porque eso que es rechazado en la simbólico aparece de nuevo en lo real. Para resolver el cuestionamiento toma el análisis que Freud hace en el caso Schreber, en donde encuentra que ese discurso interior, eso inconsciente no simbolizado, lo que aparece en el delirio místico del presidente Schreber.

Tercer Momento
La teoría de la forclusión en la psicosis es formalizada en el esquema I, en el que hace más claro cómo se estructura la psicosis y cómo se ubican en esta estructura los tres registros real, simbólico e imaginario.
Posteriormente, en el seminario RSI, en el que Lacan instaura su teoría topológica del Nudo Borromeo, aparecen los tres registros que conforman el Nudo: Real, Simbólico e Imaginario, en este seminario, aunque no se hace una alusión directa a la psicosis, sí se plantea cómo en la ruptura del nudo se pueden ubicar las dificultades estructurales para el sujeto. 
Por ejemplo, en el caso del paranoide, hay una invasión de lo imaginario, este sujeto que ha forcluido lo simbólico y se encuentra por fuera del campo del Otro, hace un intento de simbolizar lo imaginario, el resultado de esto es la necesidad de construir un sentido de todo, todo para él es un signo, una señal.
De esta manera, en la paranoia el sujeto no puede entablar su discurso en lo simbólico, su relación con los otros se sitúa en el registro de lo especular, de lo Imaginario, es por eso que el delirio está plagado de proyecciones y construcciones imaginarias.
Mientras que en el caso del esquizofrénico existe una comunicación directa con el gran Otro, para él todo produce sentido. En este caso el sujeto se encuentra separado de lo Imaginario, por lo que su relación con el otro es vivida en una ausencia total de identificación imaginaria, de acuerdo con Serge Leclaire se encuentra “privado del yo (moi)”
Como en el psicótico falla el anudamiento a lo simbólico, hay efectos en los tres registros, que aparecen en él desanudados, es por eso la indeterminación en el psicótico alcanza niveles absolutos, no de división, como en el neurótico.  Por eso la certeza psicótica aparece como esencial en la estructura, pues para el neurótico existe la falla en el ser, allí donde en el psicótico surge el goce, tanto en fenómenos elementales como en la certeza paranoica.

Referencias Bibliográficas

Structure des psychoses paranoïaques, en la Revista Ornicar,1931.
De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité, Le Seuil, Paris, 1932.
Le stade du miroir, Le SeuiL, Paris, 1936.
Les complexes familiaux, Paris, Navarrin, 1984.
Propos sur la causalité psychique, Ecrits, Le Seuil, Paris, 1966.
Le Symbolique, l’Imaginaire et le Réel, Bulletin de L’Association Freudienne, 1953.
Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse, Ecrits, Le Seuil, Paris, 1966.
Réponses au commentaire de Jean Hyppolite sur la <Verneinung>, de Freud, Ecrits, Paris, Le Seuil, 1966.
Les Psychoses, Le Séminaire, Livre III (1955-1956), J.A. Miller Paris, Le Seuil, 1981.
D’une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose, (1958), Ecrits, Paris, Le Seuil, 1966.
La signification du Phallus, (1958), Ecrits, Paris, Le Seuil, 1966.
La métaphore du sujet, (1960), Ecrits, Paris, le Seuil, 1966.
Présentation des Mémoires du Président Schreber,(1966) in Ornicar, N° 38
Petits discours aux psychiatres, (1967) , inédit.
Le Séminaire, Livre XXII 1974-1975, inédit, versión establecida por J.A. Miller in Ornicar.
Joyce le symtôme I, 1975, Paris, Navarrin, 1987.
Joyce le symptôme II, 1975, Paris, Navarrin,1987.
Conférences et entretiens dans les universités nord-américaines, 1975, Paris, Le Seuil, 1976.
Le Sinthome, Le Séminaire, Livre XXIII, versión establecida por J.A. Miller, Ornicar y por la Association freudienne internationale, Le Seuil, 2005.

Este trabajo es un resumen de la monografía del mismo nombre, para optar al título de la maestría “individu et societe approche psychanalytique”, puede encontrarse en la Revista El Hilo Análitico N 6ISSN 1900-2734 publicado por la Facultad de Psicología de la Universidad Antonio Nariño 

viernes, 10 de junio de 2011

Donde el sujeto toma la palabra

El espacio del grupo de estudio Psicoanálisis, Sujeto y Cultura surge a partir de la necesidad de un grupo de estudiantes que, en 2004 se dieron a la tarea de crear el Club Analítico como un lugar en el que pudieran discutirse temas inherentes al psicoanálisis.  Inicialmente este espacio tuvo el acompañamiento del profesor German Piraquive. 



Actualmente, el grupo de estudio continúa reuniéndose cada 8 días en la Facultad de Psicología de la Universidad Antonio Nariño con el acompañamiento de los docentes Beatriz Eugenia Ramos y Evaristo Peña.  Todas las semanas se propone la lectura y discusión de un texto alrededor de la temática Psicoanálisis, sujeto y cultura, de este trabajo se han derivado trabajos de grado, ponenecias y artículos.



Ahora, presentamos a ustedes este blog, con el fin de hacer llegar a otros interesados las elaboraciones y los textos discutidos y producidos en este espacio, pueden vincularse al grupo o seguirnos virtualmente.