viernes, 5 de diciembre de 2014

Reseña sobre el artículo: “EL DELIRIO HISTÉRICO NO ES UN DELIRIO DISOCIADO” .

Evaristo Peña Pinzón
Psicólogo
Magister en psicoanálisis, subjetividad y cultura
Universidad Nacional de Colombia
Docente investigador, Universidad Antonio Nariño.

Este trabajo es una reseña sobre el texto de Jean Claude Maleval. “Locuras histéricas y psicosis disociativas, Buenos Aires: Paidós, 2004.

Diagnosticar siempre será un reto para quienes nos dedicamos a la escucha clínica. Existen movimientos y teorías psicológicas que no están de acuerdo con este procedimiento. Sien embargo el psicoanálisis se propone seguir haciéndolo porque, con una acertada proposición diagnóstica, podremos dirigir la cura, o comenzar los tratamientos posibles, frente a una determinada estructuración subjetiva. Esta apuesta del psicoanálisis tiene vigencia por el éxito que logra frente al malestar subjetivo, que siempre plantea un cuestionamiento que está más allá de cualquier impresión que tenga el especialista.

Así, la pregunta por un diagnóstico diferencial de las estructuras definidas por el psicoanálisis, es el motivo de esta reseña, que sigue siendo actual por el contenido y fenomenología que plantea cada caso, que en nuestros días será atendido generalmente desde parámetros que definen al sujeto perteneciendo a una categoría que a su vez denota una serie de trastornos que, de entrada, erran su objetivo.

En el trabajo de Jean Claude Maleval se lee la cuestión de la necesaria diferenciación estructural en relación con un diagnóstico que suele producir confusiones categóricas que no permiten un adecuado tratamiento, ni del paciente ni de la comprensión de lo que daremos en llamar ‘fenómenos inconscientes’, partiendo de la dificultad que plantea la clásica diferenciación basada en la prognosis a partir de la presentación de síntomas, y mucho más cuando de lo que se trata es de fenómenos psicológicos que han sido históricamente declarados como ‘anormales’: el delirio y la alucinación. La cuestión, entonces planteada en el texto, es ir más allá de la consideración del síntoma como rector del diagnóstico, para plantear la pregunta por la estructura a la que pertenece las determinadas formas en que se expresa la sintomatología, y así lograr un diagnóstico diferencial que promueva la eficacia de la dirección de la cura, que resulta radicalmente distinta, necesariamente, en el caso de la neurosis y de la psicosis.

Para empezar, tomemos el título. ‘El delirio histérico no es un delirio disociado’; esto nos lleva a considerar desde el inicio que el delirio es un fenómeno que existe tanto en la histeria como en la psicosis, pero en cada estructura tiene maneras particulares de expresarse, basadas en los elementos constitutivos de la subjetividad, que serán los que darán forma, consistencia particular, al síntoma.

Entonces, la dimensión sintomática del delirio en la histeria es distinta a la del delirio psicótico. ¿Por qué? Porque es distinto lo que estructuralmente plantea cada síntoma: mientras en la histeria existe una pregunta que rige toda la tragedia del sujeto, con bastante frecuencia frente a ‘qué es ser mujer’ y sus vicisitudes, realizando, por continuidad con el síntoma, una dificultad de ‘ser’ femenina y asumirse ‘fálica’; en la psicosis el sujeto se enfrenta permanentemente a una ‘dificultad radical de existir’, ya no con una pregunta sino con una necesidad de hacer una cicatriz de aquello que no funciona en lo simbólico, lo que genera la habitual certeza psicótica, que intenta responder a la imposibilidad para el sujeto aquejado de permanecer en la vida humana. Lo último nos obliga a admitir que en la psicosis existe una lógica diferente a la neurosis. Para el psicótico el Otro no existe en tanto tal, no existe como ocurre en la neurosis, y esto tiene consecuencias no sólo en el psiquismo, también en y para el cuerpo, y en las relaciones libidinales, de maneras muy diferentes que en la histeria.

En el planteamiento de Maleval, a partir de un caso (María), es exponer cómo el delirio es diferente dependiendo de la estructura subjetiva. En el caso expuesto, el malestar, el dolor subjetivo, radica en buena parte en que la paciente se encuentra “(…) pasando el tiempo sobreviviendo (…) subsistiendo cada día”[1]. Este dato no es suficiente para definir la diferencia radical a la que nos vemos enfrentados con las estructuras de manera diferencial, puesto que en la melancolía encontraremos esa queja permanentemente, insistentemente, respecto al ‘ser’. Por otro lado, sí podemos proponer una pregunta lógica consecuente: El mensaje que María ‘suelta’ ¿es para poner al Otro en la situación de que la paciente sea tomada como objeto de amor, de cuidados, de ‘ser’ importante?. Las dos dimensiones diferentes son frente a una cosa que nos lleva a la confusión: el ser. Para la histeria se tratará siempre de un funcionamiento que está bajo las condiciones del falo y del edipo, mientras que para la psicosis no, y por ende encontraremos en la queja la oportunidad de cuestionar lo que sucede en la estructura de cara a la constitución y existencia del Otro para el sujeto.

Otra faceta: el sufrimiento de la paciente que presenta Maleval es en ocasiones conversivo, es decir, con la posibilidad de que el dolor pase en circuito de lo psíquico a lo corporal, y en retroceso. Es ya clásico en la literatura freudiana el síntoma histérico en tanto conversivo, pero si hoy hacemos más énfasis es porque el dolor de la histeria sigue siendo sin respuesta de la medicina alopática. En el caso de esta paciente es claro que el síntoma, en ocasiones conversivo, es una reivindicación frente al Otro, ahora en su discurso, ahora en su cuerpo.

Hablemos un poco de ‘éste cuerpo’, el cuerpo histérico estructurado en las redes del lenguaje y que habla, que le dice a los médicos su permanente insatisfacción ante tratamientos que no responden eficazmente. No son eficaces porque el asunto está más allá del soma, más allá de lo orgánico: está entre lo somático y el lenguaje, en lo pulsional que es bordeado por las palabras. Esto es lo que lleva a que en el cuerpo de la histérica, que no es equivalente al organismo, su discurso sea una queja, al tiempo que hace una aproximación al deseo supuesto al Otro, ubicándose en el lugar de ‘ser eso’ que molesta al médico, al terapeuta, a quien se ubique como sujeto del saber. Esto justamente generará que ante el comercio sexual inminenete con sus parejas, o en las ocasiones en las que es convocado el amor, se encuentre en entredicho su cuerpo, sin posibilidad de asumir pacíficamente la feminidad. Por eso sucesivamente se identificará con mujeres y con hombres, sin encontrar un asidero que detenga la multiplicación identificatoria imaginaria.

¿Qué quiere decir su mensaje? La histérica le propone sucesivamente al otro[2] hacerse cargo de su dolor, para destituirlo de su saber al menor movimiento que ofrezca, dadas las condiciones de que, en realidad, el otro no sabe nada de ella, ni de su goce, ni de su placer, ni de su sufrimiento. Es una cuestión de estructura: el Otro ex-siste, el Otro es castrado, y en ese sentido su verdadero lugar es la destitución. Pero para que eso ocurra debe estructurarse, y lo hace gracias al lenguaje. Si seguimos el texto encontraremos que en la adolescencia se constituiría una reiterada visita al sacerdote para ‘confesarse’, acto en el que el límite sagrado impuesto por medio de las palabras no es logrado. Las condiciones estructurales de la familia, de la cultura y las asumidas por ella misma, impiden que sea eficaz la sanción y la renovación sacramentada en una comunión, ‘lugar común’, en el que no se encuentra ella a sí misma, ni a un síntoma que le permita delimitar su goce. Su origen, que lleva marcado en el color de su piel, le reitera ese impedimento, so pena de tener que asumir la castración, que por represión ha evitado integrar en su vida.

Adicionalmente es enfrentada con un des-encuentro, ya que se propicia una escena sexual con el sacerdote, lo que impedirá más la posibilidad de corregir algo de la falta de falta del Otro. Así, la falta de falta, porque lo que se propone aquí el sacerdote es sobrepasar una ley, que termina indicándole, no sin angustia, cuál es el deseo del Otro a la paciente: algo que tiene que ver con el uso de su cuerpo, para el goce sexual, y por lo tanto en el fondo siempre se tratará de un deseo sexual. María recurrirá al ‘acting’ para proponer el mensaje invertido de su demanda que, según su fantasma, podría lograr algo de contención, limitar el asunto del goce si el Otro denota su falla: la seducción que ella ejerce habla de una necesidad de sanción externa, para constituir así un goce más cercano al deseo pacificante, y no a la corrección imaginaria de la falta, que resulta evidente en ese sacerdote-terapeuta-amante, con el que comprueba que es posible romper la interdicción. Es clara la contradicción: el Otro en tanto en falta se muestra deseante, pero al mismo tiempo ubica en el lugar de objeto para gozar a María, lo que no favorece su propio fantasma de querer encontrar el goce supremo, que ella sueña, en la vía de actuar una escena en la que la prohibición es clara, ese es el motivo de su seducción, adicional a que espera que el Otro no funcione, para poder al fin destituirlo, y asumirse en su deseo.

La organización del discurso de María está en las redes propias del lenguaje estructurado metafóricamente, lo que le permite hablar como ser deseante en referencia a elementos fálicos y edípicos, y no en un absoluto de ‘ser gozada’ por el Otro. La claridad con que se propone en el discurso ésta correlación estructural, nos lo propone Maleval, está dada por el discernimiento, la no confusión, de los ‘lugares o instancias ideales’ de María. Por ejemplo, en relación con un ‘yo ideal’ (sus fantasías de ser un OVNI o de ofrecer escenas sexuales al terapeuta), y con un ‘ideal del yo’ que la lleva a declarar su deseo de ser analista o de llegar a ser educadora especializada. Y una parte de la cuestión con María debe pasar por ese cuestionamiento en su análisis, pues es entre estos ideales que la pugna genera relaciones de compromiso, que la hacen sufrir una determinada sintomatología.

Maleval nos dice que ésta diferenciación de ‘ideales’ está fundada en la existencia del rasgo unario, la referencia a una identificación primordial que implica una pérdida de goce que funda la posibilidad de ser deseante, ‘spaltung’ subjetiva, tramitada en ocasiones del lado imaginario de la completitud, otras del lado simbólico de la oferta de algo en tanto transacción con otros de manera pacificante. Estos dos lados del ideal también se presentan en el psicótico, pero de manera caótica y obliterante de la identificación fálica. En la psicosis los ideales emergen de manera confusa o ‘como ausentes’, como una maraña indiscernible, que no le aportan un saber subjetivo al psicótico sino una perplejidad y la certeza ante la ausencia del elemento organizador[3]. Por el contrario, en María se presenta el andamio estructurado de una manera histérica, debido a que el elemento organizador en la estructura permite que los ideales operen con independencia reciproca[4].

Los fenómenos elementales de la psicosis se presentan solo para una manera específica de estructuración, en la que prevalece la forclusión del nombre del padre en tanto metáfora del deseo de la madre, lo que genera la total confusión simbólica para el sujeto en tanto objeto de goce del Otro, en ausencia de un significante que organice el mundo del deseo. Esto generará en algunos casos la necesidad de rectificar, mediante el delirio, lo que no funciona. La forclusión es el mecanismo que suprime la metáfora paterna antes del tiempo lógico de su eficacia, y su presencia no la hará eficaz tardíamente, sencillamente será ausencia total de la referencia a un significante que organice de manera neurótica (normalizante, normativizante). La solución de la psicosis será la de hallar un anclaje del sujeto al narcisismo, y por ello, como decía Freud, el psicótico amará su delirio más que a cualquier otra cosa[5]. Esta es la razón por la cual la solución delirante de la psicosis tiende a romper los lazos con los semejantes, quienes, en general, no representan algún interés en el psiquismo del psicótico, a menos que funcionen dentro del delirio: véase la formalización de la sintomatología delirante en la paranoia y la erotomanía. Por su parte la histeria, la estructura histérica, tiene el recurso a la represión como mecanismo, pero, como aduce el autor, con recurso también a otras modalidades de defesa frente a la castración, que tampoco resultan eficaces, como en el caso de la proyección cuándo del delirio se trata.

De base encontramos la represión para la estructura histérica, en tanto que determinada por el paso sucesivo del narcisismo a la interdicción edípica, momentos lógicos que interpelan al sujeto a abandonar las investiduras libidinales de la imagen del ‘yo ideal’ y de la ubicación como falo para la madre, lo que abre la posibilidad a encontrar los objetos parciales de satisfacción, es decir, poniendo tope a completar a la madre como Otro carente que se colma con la presencia del falo-imaginario-niño. Pero justo en el punto en que la castración debería ser eficaz, en el caso de la histeria, se impone la recurrencia a una idealización de la carencia taponándola. El movimiento entero es que, destituyendo la carencia del Otro materno se establece una relación con un padre idealizado como carente, impotente o violador, castrado pero funcional en su goce. De cualquier forma tiene ‘recurso a ese nombre del padre’, que permite a la histeria establecer al amo en un determinado lugar, en su discurso, como motivo de su ‘reivindicación’.

De allí que los temas recurrentes de los síntomas histéricos, dependientes totalmente de una fantasía primordial subjetiva, se refieran en últimas a temas “(…) edípicos, de castración, de culpabilidad y satisfacción narcisista (…)”[6], pero también relacionados con “(…) significaciones esenciales de la historia del sujeto (…)”[7]. Es así como en el recorrido realizado en análisis, María expresa esas referencias que la sostienen como sujeto deseante, que le permiten un síntoma para poder encontrar una satisfacción con su cuerpo, y la posibilidad de admitir la presencia de ideales que le proveen de las imágenes prototípicas en las que construirá su propia imagen ideal. Aún si ésta última resulta ser fracturada, porque así es el Otro, encuentra[8] asidero para su ser. Como en los momentos en que la identificación con la madre se hace por la vía de enfermar, de ser recluida en un hospital en consonancia con tener algo contagioso[9], que evidentemente está anudado a la idea de querer ‘blanquearse’, significante que dijimos está asociado a las condiciones de su color de piel, a su origen. Entonces, las enfermedades de la madre y la continuidad malograda de la identificación, todo con un fondo de operación del nombre del padre con la represión de este significante ordenador del goce y las generaciones, son las condiciones para que el delirio se constituya: la lepra de la madre lleva a María a construir un delirio asociado al taponamiento imaginario de la falta. Acaso se puede leer en esto un fantasma generado en la familia, pero en todo caso siempre asumido trágicamente por el sujeto, en la medida en que María, de raza más negra que sus hermanas, era la menos querida: raza-color transmitida por el padre, María en el lugar del desamor familiar, la hija que representa el desamor hacia el padre, la evidencia de la caída del mismo. Dificultad entonces en María para separar las identificaciones sucesivas con su madre y su padre, ambos carentes el uno frente al otro, pero sobre todo carentes a los ojos de María, quien se proponía, con el mensaje de amor que ella portaría como OVNI, reconciliar a esa pareja, acaso para que ya no tuviera la tentación de ubicarse en el lugar de quien completa, para alguno de los padres, el lugar de carencia subjetiva. Se revela así el motivo de la bisexualidad momentánea de María, quien no tenía dificultad en alguna ocasión de encontrarse con uno u otro sexo. Es evidente, la problemática está en la vía de ser el falo del Otro, y en esta lógica la trama edípica es la que gobierna la lógica de la cuestión de la neurosis.

María intenta con la repetición de una relación sentimental-sexual, en la que existe la dimensión sintomática vía la reiteración padre-sacerdote psicoterapeuta-Alcide, encontrar respuestas a la interdicción, pero esto la confronta ante la culpa de desear incestuosamente, con un vínculo a esa frase de su entorno familiar que opera como imperativo categórico: “purificar la raza”. Así, permanecerá confrontada con la verdad de ser semejante y a la vez diferente, en espacios simbólicos en los que alcanzaba a estabilizar algunas de sus dificultades, pero siempre ante el encuentro con esa mismidad imaginaria en la que la castración no ha sido eficaz.

Concluye el autor, y le seguimos, que en María se trata de la división subjetiva, de una estructura histérica que lanza al sujeto deseante a sufrir si admite comprometerse con subsanar la incompletitud del Otro, lo cual queda demostrado en la estructura del síntoma referido a las fantasías primordiales mimetizadas, simbólicas, que revelan el lugar de la represión y de la instalación de lo inconsciente. Por eso en este caso, a pesar del delirio, no sea trata de una estructura psicótica que, vía la disociación, no lograría ‘integrar’ la relación fundamental entre el yo y el Otro[10].

De otra manera, la división subjetiva no es equivalente al fenómeno de la disociación delirante. La primera remite al sentido otorgado al sujeto durante su estructuración con el Otro materno, que da unicidad al yo, al tiempo que invita a un más allá del narcisismo primario, renunciar al ‘yo ideal’ para ingresar al Edipo. Se debe tener presente que en el caso de la niña esta invitación es promovida por el complejo de castración, tiempo lógico en el que la histeria no renuncia del todo a encontrar la satisfacción de identificarse con el falo. En ese tiempo lógico se afirma la dificultad estructural para la estructura. Mientras la disociación, mecanismo decididamente diferente, estaría en el fundamento que da cuenta de la forma como, irreductiblemente, el sentido no es accesible en la conciencia del sujeto, lo que le deja en un panorama desértico, mortífero, de ser objeto de goce, en una reducción de lo simbólico a lo real, en que bien pueden estar los tres registros de la realidad humana pero sin anudación consistente. El delirio histérico demuestra que su ideación ‘tiene consistencia en relación con el significante fálico y con el significante nombre del padre’, tiene un sentido posible en los amarres de significación accesibles a la conciencia del sujeto, tiene consistencia y tratamiento en tanto que metafórico, es simbólico, mientras en la psicosis no existe tal recurso, debido a que el elemento organizador nunca llegó a cumplir la cita que la organización edípica, posterior, requiere para su despliegue. Así, se concluye sobre la distancia rotunda, por ser estructural, entre histeria y psicosis.

Bibliografía:

*Freud, Sigmund. “Manuscrito H, Paranoia” (1895). En Obras Completas, vol. I, Buenos Aires: Amorrortu, 2004.

*Freud, Sigmund. “Puntualizaciones Psicoanalíticas Sobre un Caso de Paranoia Descrito Autobiográficamente” (1911 [1910]). En Obras Completas, vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu, 2005.

*Lacan, Jacques. “El Seminario”. Libro 3. Las Psicosis. Buenos Aires: Paidós, 1985.

*Lacan, Jacques. “El Seminario”. Libro 4. La Relación de Objeto. Buenos Aires: Paidós, 2004.

*Maleval, Jean Claude. “Locuras histéricas y psicosis disociativas, Buenos Aires: Paidós, 2004.






[1] Idem, pag 19
[2] Al semejante, pues en realidad se trata de eso, en tanto que es con él con quien tendrá el lio imaginario propicio para identificarse o para proponer una rivalidad fundamental, para confundirse con él, y al mismo tiempo para romper el lazo y volver a construirlo.
[3] El autor introduce aquí la discusión sobre el falo y su relación con el significante nombre-del-padre, asumiendo que lo que quiere decir es que sin la operancia del nombre del padre como significante metafórico del deseo materno es imposible la significación fálica. Idem, pág 35.
[4] Idem, pág 20.
[5] Freud, Sigmund. “Manuscrito H, Paranoia” (1895). En Obras Completas, vol. I, Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
[6] Maleval, Op. Cit., pág 30.
[7] Idem
[8] Este sería un elemento diagnóstico de algunas psicosis, la incapacidad para encontrar un asidero estable en el Otro, pues si este no opera, lo que queda es reinventar todo lazo con la vida. Es evidente al leer el caso del presidente Schreber, para quien su delirio es el intento de formalizar esa nueva relación con la realidad circundante, esa extimidad que lo persigue, y de la que goza ubicado en el lugar de la mujer de Dios. Freud, Sigmund. “Puntualizaciones Psicoanalíticas Sobre un Caso de Paranoia Descrito Autobiográficamente” (1911 [1910]). En Obras Completas, vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu, 2005.
[9] En el orden del sentido existen varias referencias metafóricas de esto, la cadena significante que María arma entre lepra-polución-blanquearse-agua oxigenada-purificar la raza-reconciliar la pareja parental. Maleval, Op. Cit., pág 31.
[10] Idem, pág 35. En el píe de página el autor hace énfasis en esta distinción. Se puede revisar la insistencia que hace Lacan en sus seminarios sobre la psicosis y la relación de objeto, en los cuales presenta el esquema en ‘L’, en el que explica justamente las dimensiones que adquiere lo simbólico y lo imaginario según sea el caso estructuralmente hablando. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 3. Las Psicosis. Buenos Aires: Paidós, 1985. Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 4. La Relación de Objeto. Buenos Aires: Paidós, 2004.