Evaristo Peña Pinzón[1]
Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Psicoanálisis, Subjetividad y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la Universidad Antonio Nariño
“…La noción de tendencia a la repetición (…) se opone, explícitamente,
a la idea de que en la vida haya cosa alguna que tienda al progreso.”
Jacques Lacan[2]
Llegados a 1920, Freud se empeña, una vez más, en dar cuenta
sobre algunas ideas que han permanecido en su tintero[3],
todas en relación con los avances que la escucha de pacientes le ofrece. Así, y
por medio de ejemplos de su cotidianidad, ‘vuelve’
a preguntarse por la cuestión del sistema placer-displacer[4],
intentando ubicar lo fundamental de este elemento nodal de la experiencia
humana en su “Más allá del principio del
placer”,[5]
texto en el que desea despejar la formación del escenario pulsional emergente.
Si bien el texto no es fácil, ni transparente en una primera lectura, gracias a
la introducción de los conceptos lacanianos, lo imaginario y lo simbólico que
impactan en lo real, se puede aclarar cómo el adelanto cualitativo que hace el
humano es causado en la pulsión. Esto se puede entender en otras palabras: se
trata del adelanto apresurado que el niño realiza gracias el lenguaje, con el
juego y con su la instalación de la posterior repetición.
Iniciemos con que para Freud se trata de acotar un sistema
(teórico) que viene desarrollando, en el que ya ha dado cuenta de lo tópico y
lo dinámico, retomando ahora el factor económico[6],
lo cual favorece a que consolide su metapsicología[7].
De aquí que la explicación primera, en éste artículo, se base en la suposición
de energías y montos para dar cuenta de la situación que viviría un organismo
confrontado con un estado de displacer, para explicar la búsqueda de un estado
de placer. Freud escribe:
“Los hechos que nos movieron a creer que el principio de placer rige la
vida anímica encuentran su expresión […] en la hipótesis de que el aparato
anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la
cantidad de excitación presente en él. Esto equivale a decir lo mismo, sólo que
de otra manera, pues si el trabajo del aparato anímico se empeña en mantener
baja la cantidad de excitación, todo cuanto sea apto para incrementarla se
sentirá como disfuncional, vale decir, displacentero. El principio de placer se
deriva del principio de constancia; en realidad, el principio de constancia se
discernió a partir de los hechos que nos impusieron la hipótesis del principio
de placer.”[8]
Esto es lo que desea aclarar Freud, pues el encuentro con
sus pacientes lo ha llevado a comprobar que existe ‘otra cosa’, algo que se mantiene como ‘imperativo’ y que se demuestra en su tendencia a repetirse: nada
menos que la vivencia de displacer como experiencia básica y repetida
inconscientemente. Lo explica diciendo que en el sujeto existe una tendencia al
placer importante, pero existen otras mociones que pueden ser más fuertes, de
suerte que no siempre el resultado es el encuentro con el placer.
¿Cuáles son las circunstancias que impiden que el principio
del placer prevalezca? Freud enumera tres:
- El principio de realidad
que opera como una ley que no resigna del todo la meta pero que sí permite
el aplazamiento y un largo rodeo hacia el placer.
- Conflictos y escisiones
producidos en el aparato anímico mientras el ‘yo’ está en desarrollo, dirigiéndose
hacia un nivel de organización de mayor complejidad, causados por el
mecanismo de la represión, el cual emplea su esfuerzo para segregar
pulsiones o ciertas partes de ellas.
- Aquellas {circunstancias} que
son ‘sentidas’ gracias al
aparato perceptivo, las cuales no contradicen en extenso el imperio del
principio del placer, pues éste, y el principio de realidad, pueden
acogerlas y encausarlas hacia un camino para su despliegue, hacia la satisfacción.
Mientras, las dos primeras situaciones, el aplazamiento y la represión, sí
poseen todo el potencial para forjarse caminos sustitutivos y, por ende, ‘problemáticos’, sintomáticos, para
el sujeto[9].
Y esto se debe a que lo aplazado y lo reprimido, lo que se
ha intentado segregar, no es otra cosa que lo pulsional sexual, ‘materia’ que denota peligro para el ‘yo’
en relación con sus metas de equilibrio.
La cuestión es que, en la vía de alcanzar una organización
más compleja, el ‘yo’ tiende a renunciar a la satisfacción pulsional, usando
una doble vía: encontrando objetos sustitutivos y a la vez haciéndolos
desaparecer. En esto radica el potencial que posee la palabra proferida que
está acompañando, en un solo acto, el jugar del pequeño niño del que Freud
habla. El carácter ‘juicioso’ de éste pequeño tiene su fundamento en la
capacidad, por él desarrollada, de asumir la partida del objeto, la madre, y
‘jugar’ a que él mismo controla la situación con el carrete amarrado al cordel.
Freud nos indica que rápidamente podríamos decir “[…] jugaba a la partida porque era la condición previa de la gozosa
reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego”[10],
pero aquí existe una dificultad: la repetición que hace el niño es para sí y,
generalmente, no hace otra cosa que reproducir la partida, sin completar el
circuito de partida-llegada, es decir, repitiendo aquello que causa malestar.
Difícil zanjar la cuestión. Freud dice que ésta repetición de ‘eso’ que causa
gran impacto se la encuentra conectada a una ganancia de placer que, aunque sea
de otra índole, logra ser directa y por ello ‘buscada’[11].
Se pone de manifiesto la tendencia de mociones pulsionales ‘más
allá del principio del placer’, que emergen y se establecen más allá de su
alcance {del principio del placer} y de su modo de operación, logrando, con
mucho espacio, independencia de éste al presentarse en la forma de la ‘compulsión a repetir’. En los términos
que usa Freud, esta distancia también es lograda en relación con las pulsiones
yoicas, que tienden a mantener un equilibrio del sistema anímico para el
sujeto. La compulsión a repetir hace parte de lo reprimido, y en la situación
de cura analítica se presenta como lo que pugna por emerger en las formaciones
del inconsciente, incluida la transferencia, siendo la más evidente manifestación
de dicha repetición, en la que está implicada el objeto repelido por el ‘yo’ en
tanto que guardián obstinado del equilibrio y la resistencia ante lo pulsional[12].
Aquí Freud se da cuenta de que la transferencia tiende a estar al servicio de
lo que el ‘yo’ pretende: acabar la cura cuanto antes, para evitar la emergencia
del contenido significante que proviene del inconsciente.
El trabajo de análisis se encarga de restituir las mociones
problemáticas, por reprimidas o desalojadas que se encuentren, evidenciando que
ellas son las fundamentales del sujeto. Esto hace que podamos traducir que la
cura tiene un modo ‘provechoso’ para
la vida del sujeto en tanto deseante: la compulsión transferencial es lo que lo
lleva progresivamente por el camino de la búsqueda de ‘eso’ que nunca tuvo,
pero que míticamente ha decidido instalar, lo que lo impulsa, indicando la
existencia de un objeto que hace las veces de coartada para que el sujeto, ante
la presencia-ausencia del primero, viva con el potencial de desear.
Freud indica que lo interesante es que la explicación puede
tomar este matiz:
“[…] el principio del placer es entonces una tendencia que está al
servicio de una función: la de hacer que el aparato anímico quede exento de
excitación, o la de mantener en él constante, o en el nivel mínimo posible, el
monto de excitación […]”[13],
… bajo la misma lógica que gobierna los procesos ejecutados
por el ‘yo’ en tanto instancia de regulación de las mociones que son ‘perjudiciales’ para el individuo[14].
Pero las consideraciones en relación con la forma como opera el psiquismo en su
conjunto llevan a considerar que son…
“[…] los procesos primarios, [los que] provocan sensaciones más intensas […] Además, […] son los más
tempranos en el tiempo; al comienzo de la vida anímica no hay otros”[15].
Esto fundamenta el recurso al que tiende el sujeto, la base
que le ha dado la posibilidad de establecerse más allá de lo biológico, en una
red de significaciones de la cual él hace parte, y la cual le brinda, en el
mismo movimiento, opciones de inclusión y exclusión para sus ganancias en placer
y displacer. La pulsión de muerte opera así de manera ‘encubierta y haciendo que el principio del placer esté a su servicio’,
justo usando los elementos primarios, imaginarios y simbólicos que, para el sujeto,
fueron los que lo introdujeron en la vida humana, encontrando en la repetición
la posibilidad de enfrentarse con los límites y con las oportunidades que lo
llevarían a sostenerse en la difícil tarea de sobrevivir[16].
Es por esta razón que la estructuración del sujeto siempre
es ‘más allá de lo biológico’, lo cual genera que, en las redes del
significante, se conciban vueltas, bucles, en relación con las mociones
biológicas que han dejado de ser exclusivas para lo orgánico, convirtiéndolo en
cuerpo infantil con un lugar determinado en el Otro que lo significa.
Esos bucles, significantes, son lo que le permiten al sujeto
una fundación inicial de ‘búsqueda’,
que se afirma como permanente de lo que era en el Otro, y de lo que él mismo
puede llegar a ser o tener, lo cual trabaja (se esfuerza, pulsiona) a expensas
del ‘yo’. En lo inconsciente el sujeto se permite la existencia de ‘esa otra cosa’ que, a pesar del dominio
que impone la voluntad yoica, pugna por revivir siempre, lo reprimido, ‘materia’
que encontrará las maneras de adjudicarse un lugar. La pulsión de muerte, que
impulsa hacia lo inorgánico, hace que el placer esté a su servicio, y es la que
responsable en realidad de la movilidad lograda por lo simbólico, pues instala
al objeto en su ausencia, echando mano de la ficción que fundamenta a lo humano:
el lenguaje[17].
Referencias:
v
Jacques Lacan, Seminario 2, el yo en la teoría
de Freud y en la técnica analítica, Paidós, Buenos Aires, 2001.
v
Sigmund Freud, “Más allá del principio del
placer” (1920), En Obras
Completas, vol. XVIII, Buenos Aires: Amorrortu, 1989. Pág. 18
v
Sigmund Freud, “Proyecto de Psicología Para Neurólogos” (1950 [1895]). En Obras Completas, vol. I, Buenos Aires:
Amorrortu, 2004.
[1] Psicólogo
egresado de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Psicoanálisis,
Subjetividad y Cultura de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la
Universidad Antonio Nariño
[2]
Jacques Lacan, Seminario 2, el yo en la teoría de Freud y en la técnica
analítica, Paidós, Buenos Aires, 2001, página 43.
[3]
Y que resultan ser diversas cómo él mismo adelanta. Sigmund Freud, “Más allá
del principio del placer” (1920),
En Obras
Completas, vol. XVIII, Buenos Aires: Amorrortu, 1989. Pág. 18
[4]
La primera vez que se lo plantea es en: Sigmund Freud, “Proyecto de Psicología Para Neurólogos” (1950 [1895]). En Obras Completas, vol. I, Buenos Aires:
Amorrortu, 2004.
[5]
Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, Op. Cit., pág. 7-62.
[6]
Sigmund Freud, Proyecto de Psicología, Op. Cit.
[7]
Sigmund Freud, Más allá del principio del placer, Op. Cit., pág. 7.
[8]
Ídem, pág. 8-9.
[9]
Ídem, pág. 10-11.
[10]
Ídem, pág. 14-15.
[11]
Ídem, pág. 16.
[12]
Ídem, pág. 22.
[13]
Ídem, pág. 60.
[14]
Ésta es la principal pretensión del ‘yo’: ser individuo, en el sentido de
indiviso, pero la pulsión, su ataque irrestricto, imprevisible, siempre demuestra
lo contrario, la división subjetiva.
[15]
Ídem, pág. 61. Todos los corchetes son incluidos por quien escribe esta reseña.
[16]
Ídem.
[17]
Es la manera que tengo para explicar que si bien no existe progreso alguno, en
el sentido biológico que el punto de vista evolucionista pretende (que implica
la adaptación o la armonía), sí existe un avance para cada sujeto cuando echa
mano de lo simbólico para tomar distancia de lo imaginario y de lo real en
tanto registros en los que prevalece la inconstancia, el desorden de los
elementos, la tendencia a la alienación y, por ende, la muerte biológica o
simbólica, como en el ejemplo en el que nombrando ‘un vaso’ él aparece, siendo
así ‘la palabra la muerte de la cosa’, misma palabra que pone el límite que a
la desaparición en la alienación con el Otro. El ejemplo del vaso en sí mismo
crea un borde y un contenido vacio, susceptible de ser llenado, el cual también
nos representamos. Se mantiene así, con el recurso a lo simbólico, que es
repetición del significante, la pulsión de muerte que funda la posibilidad de ‘eterno
retorno’ a las bases significantes que dan cuenta de la calidad de lo que el
sujeto está hecho: el deseo del Otro.