Evaristo Peña
Psicólogo Universidad Nacional de
Colombia
Candidato a Magister en Psicoanálisis
y Cultura, Universidad Nacional de Colombia
Docente Facultad de Psicología
Universidad Antonio Nariño
DE
LA ELECCIÓN
¿Qué elige un ser humano? En
reiteradas ocasiones se escucha en la clínica la queja de los adolescentes, y
de algunos adultos, en relación con que no eligieron nacer, no eligieron los
dramas accidentales que forjan su particularidad vital, ni los destinos comunes
a los que nos vemos abocados en la enfermedad y la muerte. Y estos sujetos
tienen razón de su queja en el sentido en que una parte de lo elegible escapa a
la voluntad del sujeto.
Por ejemplo, la biología, la carga
genética, hacen lo suyo en el azar de las conjunciones cromosómicas, que
definen la condición de ‘hembra’ o ‘macho’ en los individuos. Allí, la ciencia,
por su parte, con su movimiento desmitificante, obtura con explicaciones ‘predictivas’
lo que a cada individuo le correspondería dentro de una serie de descripciones
en el lugar de un saber cuantificable, que no distingue la particularidad de
cada sujeto, porque de lo que se trata en la ciencia es de la continuidad a
pesar de lo particular, de la generalidad, ‘nomotética’, regla general, que
permite la predicción, supuesta tranquilidad lograda por la ciencia para un
vínculo social en permanente insatisfacción. Otra cosa es el campo electivo del
sujeto, en el que ‘se hace mujer’ o ‘se hace hombre’, atendiendo a las
situaciones contextuales en las que cada sujeto es el productor de su
movimiento identificatorio.
El psicoanálisis considera que los
mecanismos inconscientes sobredeterminan en el sujeto algunas de las
condiciones en las que él persigue su sueño de felicidad, y también aparejado
el malestar propio y el causado a sus semejantes, pero no considera que esta
sobredeterminación sea absoluta en el sentido de inamovible, pues el análisis
abre su campo para trabajar con el sujeto que, en tanto hablante, es capaz de
elección, de toma de posición frente a lo que la vida le propone en cuanto a su
goce, a su deseo, a sus gustos[2],
en fin, de acuerdo con las trazas elegibles de cada uno en relación con las
novedades que cada experiencia trae consigo. Es allí donde el sujeto encuentra
el mayor cobijo en su síntoma, del cual se queja, o con el cual se produce
queja en su proximidad, en su prójimo, síntoma que produce al mismo tiempo
satisfacción y del cual difícilmente, por voluntad propia, se hace una
declinación.
Una lectura del psicoanálisis que
obtura las posibilidades de una decisión voluntaria del sujeto, al articular
por ejemplo que la voluntad exclusivamente es tema de la conciencia y del yo,
cierra las coordenadas de trabajar con lo que de la estructura, lo real, es
susceptible de asumir de una manera no estoica[3],
en acto, es decir no a merced de lo irremediable, sino justamente en movimiento
hacia lo que es opción para el sujeto a pesar de lo irremediable y con
conocimiento de ello[4].
Esto deriva, según el comentario de
Lombardi sobre la propuesta de Lacan, en dos tesis sobre lo real: lo real
irremediable, estructural, que no es susceptible de cambio, y lo real del acto
de elegir, que se apoya necesariamente en lo anterior[5].
Lo dice claramente: “(…) en tanto
psicoanalistas no nos ocupamos de nuestros pacientes para constatar lo que el
síntoma tiene de repetición automática, sino para discernir en lo que se repite
una fijación, una determinación en la que otra opción, otra posición subjetiva,
otra satisfacción sea posible”[6].
Entonces el lugar de la complacencia del sujeto queda fuera de las finalidades
del análisis, en tanto que lo que proyecta como tal es que el sujeto pueda
asumir, primero aquello que de la estructura es inalterable, para que, en la
vía del reconocimiento de su síntoma, identifique aquello que lo hace sujeto y
tome de allí su valor para modificar la posición que ha asumido, de ser esa la
acción por tomar, que ha demorado hasta su llegada al análisis[7].
DEL
SUJETO
El sujeto del inconsciente tiene
maneras de manifestarse. Freud descubre una parte en su investigación, las
caracterizadas por ser simbólicas, y por esto su dedicación al síntoma sería el
de descifrarlo bajo las coordenadas de la satisfacción sustitutiva producida
para cada sujeto.
El síntoma revela lo que del sujeto se
rebela, se resiste, de cara al Otro, mostrándole en el fenómeno sintomático su
rechazo a la docilidad[8].
Esta fenomenología muestra lo elegible del síntoma en el sujeto, pues con él
justamente se opone al goce estandarizado que le es impuesto. Aún si, en el
caso del neurótico, la demanda del Otro se hace en la escena fantasmática, será
eficaz el síntoma en la medida en que denota cómo el sujeto opta por lo
peculiar de su propio goce. “(…) Incluso
en los más inhibidos, en los más cobardes, se trata de un ser que solo se
afirma en la elección”[9].
El psicoanálisis no toma al sujeto en tanto
pensante, en tanto sujeto del cogito, lo toma en tanto hablante-ser, en tanto
que es un sujeto emergente en una lengua que tiene como una de sus propiedades
ser equivoca[10].
Que sea equivoca la ‘matriz’ de la lengua, de donde emerge el sujeto, es lo que
posibilita que en él se habiliten las opciones más diversas en tanto que de
ninguna forma se pueden predeterminar.
Tomando ahora un instante el método
psicoanalítico, corresponde justamente con la posibilidad de dar apertura a las
incoherencias (evidentes o supuestas) de un discurso del paciente, que
manifiesta su lugar respecto a la cadena significante, siendo producido éste
sujeto entre dos significantes, lugar en el que, separado de la cadena,
evidencia los trazos de su deseo y del conflicto residente en su síntoma.
¿Existe sujeto sin conflicto? Este
término, central en la obra de Freud, denota la esencia de la neurosis, en
tanto que dificultad concerniente a la elección. Y se trata no de otra cosa que
la complacencia que el sujeto hace frente a la negociación que las partes del
ser realizan para obtener goce. Es así como el estallido del conflicto se
evidencia en el síntoma cuando éste se consolida como formación de compromiso
entre aquellas partes negociadoras. El compromiso consiste en que no existe
renuncia ni sublimación, debido a que las partes no ceden su terreno, y al
hacerlo en función del goce no existe elección,
derivando en división subjetiva[11].
En este orden de ideas nos dice Lombardi que “(…) Elegir supondría una desventaja, una pérdida, pero también una
cierta entereza (…)” en la medida en que “(…) un acto podría aportar integridad, aunque fuese al precio de una
pérdida; una coherencia ética podría otorgar al ser hablante lo que ninguna
ontología puede asegurarle”[12].
Así, la neurosis es la posición
subjetiva que posee como rasgo evidente la cobardía moral, que le inhibe
obedeciendo a lo que las mociones yoicas prefieren defender antes de que la
pulsión emerja, es decir, acometiendo una huida desde el yo frente a la parte
del ello que se muestra[13],
siendo ‘ello’ y ‘yo’ el mismo, dos sectores de la misma geografía psíquica. De
aquí que Lombardi, siguiendo esta lógica freudiana, llegue a proponer que el yo
que actúa en acuerdo, conforme, con el ello “(…)
cancela la división subjetiva y la cobardía moral que ésta expresa”[14].
Pero el conflicto no se detiene allí
debido a que el superyó, en tanto ‘abogado maléfico’, se encarga de propugnar
el goce: “(…) que en lugar de pacificar
hace todo lo posible por acentuar la división subjetiva”[15].
El conflicto del sujeto es su división por cuenta de la pugna entre
instancias que acceden al terreno de las otras, generando lazos de compromiso
entre tales instancias y entre el contenido sintomático en tanto sustitutivo de
la satisfacción amoral del ello, lo que plantea una posición ética de cara al
goce, “(…) cuya esencia es electiva”[16].
Un psicoanálisis demarca para cada
sujeto las elecciones que le han permitido fijar una identidad, y la noción de
sujeto dividido, sujeto del conflicto y del síntoma de compromiso, son las que
permiten “(…) ubicar un estado en el ser
en el campo de las preferencias y de las posibilidades de optar: el
desgarramiento ético del ser ante algunas elecciones decisivas”[17].
Y en ello el factor determinante que
se juega es el tiempo de manera lógica. En la hipótesis del inconsciente de
Lacan está presente la idea: “(…) la
ausencia de tiempo es un sueño, se llama eternidad. Uno pasa su tiempo soñando,
y no soñamos solamente cuando dormimos. El inconsciente es exactamente esa
hipótesis: que no soñamos solamente cuando dormimos”[18].
En la neurosis es determinante porque ella se ingenia una y mil formas de
encubrir el tiempo, perdiéndolo. Todas las formas numerables, en ocasiones
contradictorias unas con otras, denotan esa capacidad del neurótico de hacerse
el muerto frente a su propia existencia, de allí su inhibición, su reactividad
ante la angustia y su pasaje al acto como urgencia desorientada, todo el
andamio de su pre-meditación, su duda, su procrastinación incoercible, hasta
que puede poner a disposición del análisis su discurso. El neurótico sabe en
ello algo que no soporta, su estatuto mortal, que trata de manera higiénica,
impersonal, como si no le concerniera a él. La duda le permite esa puerta
abierta: no estar seguro de nada, ni siquiera de su propio estatuto mortal.
De ahí que la clínica psicoanalítica
persiste en el manejo del tiempo en tanto que lógico, planteando las
discontinuidades temporales que marcan un antes y un después, de la misma
manera que un suceso de ‘encuentro’ significa para un sujeto un antes y un
después de dicha marca. El discurso proferido en análisis tiene la
característica de ser trecho que no puede ser desandado: el tiempo es real, es
irreversible. Las fantasías de los neuróticos frente a lo accidental son
esclarecedoras, rumian la idea del ‘si hubiera hecho tal cosa, si hubiera hecho
tal otra’, como ensalmo para tranquilizarse de lo real inevitable que comporta
estar vivo. Por ello es angustiante, porque el vivir aporta la posibilidad de
renovación de la vivencia, la angustia se adelanta como pre-acto[19].
Entonces el sujeto es tratado en
análisis bajo las coordenadas del tiempo: en la medida en que este connota su
finitud, pero sobre todo entraña lo que definitivamente queda luego del
encuentro, un antes que ya no es y que el neurótico se empecina en no
abandonar. La defensa yoica sirve así a las aspiraciones del goce, siempre
retrotrayendo a un tiempo lógico anterior que convoca un marco determinado
desde donde el sujeto quiere verse una y otra vez, inmaculado. Esto hace que el
psicoanálisis no sea existencialista, pues no pone el acento exclusivamente en
la faceta mortal del sujeto, sino en el deseo, indestructible, que permite
siempre poner en tensión la posibilidad de que una posición subjetiva es susceptible
de cambio, en la medida en que el hablante-ser es, ante todo, ser-para-actuar.
DE
LA LIBERTAD
El punto de partida del psicoanálisis
entonces es esta hipótesis: el sujeto ser-para-actuar, en acuerdo con la
estructura del lenguaje, en la que el primero es producto del impacto que hace
lo simbólico en lo real, se ve abocado irremediablemente a elegir, aún si la
elección es forzada, se trata de una elección que el sujeto pone en su panorama
y opta.
La discontinuidad significante es
productora de la discontinuidad del tiempo. El tiempo es real como el
inconsciente lo es, en la medida en que lo simbólico hace mella en la sustancia
gozante, pero no la abarca toda. Y de aquí que para el sujeto toda experiencia
del acontecimiento particular, que hace referencia siempre a la instalación de
la huella de lo simbólico sobre lo real no todo abarcable, sea en la forma del
trauma, en tanto sufrimiento del ser por la toma de postura frente a la
elección que se le plantea[20].
El sujeto no es autómata, por más
abocado a los automatismos mentales de la psicosis, tiene capacidad de
elección. Y aunque exista una aptitud mínima para decidir esto constituye la
voluntad subjetiva que permite responder “si” o “no” a lo que se quiere. De
hecho es vital en el sujeto en formación encontrar la fascinación, rápida,
prematura, del uso y la comprensión lograda del “no” frente al semejante.
Entonces el encuentro con “el acontecimiento” para un ser electivo es lo que
funda lo que potencialmente puede ser traumático, “tíque”, accidente afortunado
o desafortunado, que pudo ser preferido o rechazado antes de haber sucedido[21].
Elegible o rechazable, porque comporta para el sujeto una fuente de goce
seductor o terrorífico[22].
La temporalidad aquí no es la cronología, la sucesión, es la temporalidad
lógica condicionada por la pulsionalidad y por los encuentros, así como por la
postura subjetiva frente a ellos.
La libertad del sujeto entonces es
aquella que, aún siendo un ínfimo margen, se constituye de cara a lo elegible
frente al evento tíquico. Aún optar por la inhibición, optar por no optar, es
en sí misma una elección subjetiva que puede hacer para un sujeto el trazo
primordial de una vida, que es atravesada por esa forma de asumir lo
accidental. Libertad opuesta a destino, libertad que admite la
sobredeterminación para, en un solo movimiento, admitir que tal no es absoluta,
que la cadena significante ofrece en su intervalo la riqueza inagotable con la
que el deseo puede tramitar su causa y a la vez una limitación de estructura.
Esto deriva entonces en una hipótesis de trabajo: en psicoanálisis un ser
hablante elabora y produce los elementos correspondientes con sus elecciones,
fijando así las aventuras que su vida le ha proporcionado para optar, de donde
resulta una particular identidad[23].
El ser hablante propugna por una identidad, siempre evasiva, que
alcanza a divisar con los elementos de la estructura del lenguaje: asegurar la
identidad fuera del Otro[24].
Para lograr esta identificación es necesario pasar por el Otro. La psicosis
aquí nos plantea algo importante, que se encuentra en un tiempo lógico anterior
a toda formación de neurosis, a todo paso por la estructuración con el Otro: la
insondable decisión del hablante que se deja seducir por “el ser”, en lo cual
consiste la locura. De aquí que se propongan dos dimensiones de la cuestión de
la identidad: para los hablantes que están dentro del Otro y para los que no
entraron en él, pero que comulgan en estructura por el lenguaje. Para el
psicótico, más precisamente para el paranoico, la apuesta es en relación con
establecer algo entre él y el goce identificado al lugar del Otro[25].
Se marca la diferencia nodal de las estructuras, desde esta perspectiva, en
relación con el punto de soporte y el significante que amarra para el neurótico
lo que lo hace estar alienado en la identificación que el Otro ha otorgado,
generando un efecto sujeto “que padece la mecánica del síntoma”[26],
mientras en la psicosis se trata de la destitución del sujeto que “(…) resuelve gozar del deseo del Otro de
modos más o menos sublimados”[27].
En este punto es que el psicoanálisis “(…) permite conmutar lo que inicialmente se
presenta como elección forzada y como identificación alienada al Otro (…) en
otro modo de elegir”[28].
El presentimiento de los filósofos se reafirma cuando Lacan apunta a la manera
como la angustia revela ese lugar del sujeto frente al deseo, frente al acto y
la conquista. Para los filósofos, Boecio y Kierkegaard, el pecado era una
experiencia originaria del ser, en tanto elector que toma distancia del Otro,
de su saber, en lo cual se forja un salto a la existencia, no sin angustia.
Ahora bien, el trabajo más complejo es
justamente que el sujeto ‘abandone’ la identidad al Otro en beneficio de que
reconozca sus amarres a la identidad forjada en el trauma, en tanto que esta es
más estable porque lo conmina a su ser frente a la elección, más allá de los
rasgos identificatorios al Otro.
Justamente en esa vía Lacan explica
que las fases de constitución del sujeto están dadas por la alienación y la
separación. “(…) En la primera la
elección es forzada, en la segunda no”[29].
En la primera es el lenguaje que se introduce en el real de la sustancia
gozante, e impacta alienando al ser en tanto que representado por un significante
para otro significante[30],
justo en el lugar donde existe mera exigencia pulsionante del lenguaje: simple
demanda, haciendo del ser ‘objeto’. Esta explicación no basta porque es
necesario encontrar la dimensión acorde con el psicótico, para hablar de su
libertad, y lo que lo aclara es la estructura significante, entre dos
significantes: cuando un sujeto está representado por un significante para otro
significante existe un ordenamiento que le permite justamente metaforizar el
deseo, pero si solo existe un significante, su deslizamiento será metonímico,
sin posibilidad de encontrar una referencia entre los significantes, que le
permita dicha metaforización, quedando atrapado en la seducción del ser.
Lombardi escribe: “(…) Y si solo hay un
significante, no hay sujeto representado para… Puede haber ser, puede haber
acto incluso, pero no sujeto”[31].
En la separación se juega el ejercicio
“(…) conscientemente asumido o desmentido,
de la voluntad en un punto que concierne tanto al deseo del Otro como al goce
pulsional”[32]. Esto permite ir
un paso más allá de lo logrado en la alienación para el sujeto que posee la
representación, es decir, dos significantes entre los cuales uno lo representa
para el otro. De esta manera se comprende cómo el psicótico es el único que
ejerce la libertad en la vía de estar nunca amarrado al Otro, debido a que en
la cadena significante no tiene la asociación de dos significantes que operen
la metáfora, lo que genera su salida de la vida neurotizante, estructura del
psicótico “desencadenado” y “desencadenándose” en la relación con el semejante,
en la medida en que una de sus imposibilidades es hacer lazo social, debiendo
asumir el ser un costo excesivo. El psicótico dice un ‘no’ rotundo a las
opciones que ofrece el Otro, lo que genera que su acto sea ‘pasaje al acto’,
culminación de la alienación en tanto que se elimina al Otro[33].
Por su parte el neurótico se
encontrará siempre en la coyuntura de soñar la libertad en la medida en que
sufre de una cotidianidad estancada, a la que quisiera imprimir algo de más
interesante, algo transgresor en ocasiones, conquista en otras, pero siempre en
la mira de elegir aplazando su momento, ‘matando el tiempo’ en el sueño de
engañar al semejante, soñando la libertad pero sin ejercerla.
El binarismo del significante logra
constituir la trampa (narcisista) con la que el neurótico permanece fascinado.
El análisis, en tanto de-subjetivación programada, le enfrenta (no sin
violencia) a su a-parición[34]
en tanto deseante, en la apuesta de la asociación libre, que explora ‘todas’
las combinatorias posibles, hasta agotarlas y concluir por las opciones
vitales, fuera del binarismo, que el sujeto puede acceder, en la desalienación
de la trampa narcisista.
Referencias
Bibliográficas
Izcovich, Luis Transferencia y Pasaje al Acto en Acto, pasaje al acto y acting out en psicoanálisis, Gloria Gómez
Editora, Bogotá, 2010. Página 102.
Lacan,
Jacques, Seminario el momento de concluir, inédito, referenciado en Gabriel
Lombardi, Op. Cit., página 50.
Lombardi,
Gabriel ‘Predeterminación y Libertad Electiva’ en Revista Aun, Foro
analítico del Rio de la Plata # 3-4, 2010.
[1]
Gabriel Lombardi, ‘Predeterminación y
Libertad Electiva’ en Revista Aun, Foro analítico del Rio de la Plata #
3-4, 2010.
[2]
Ídem, página 38.
[3]
Ídem, página 39.
[4]
Ídem.
[5]
Ídem.
[6]
Ídem.
[7]
Ídem, página 40.
[8]
Ídem, página 44.
[9]
Ídem, página 45.
[10]
Ídem.
[11]
Ídem, página 46-47.
[12]
Ídem, página 47.
[13]
Ídem.
[14]
Ídem, página 48.
[15]
Ídem.
[16]
Ídem.
[17]
Ídem, página 52.
[18]
Jacques Lacan, seminario el momento de concluir, inédito, referenciado en
Gabriel Lombardi, Op. Cit., página 50.
[19]
Ídem, página 51.
[20]
Ídem, página 54.
[21]
Ídem.
[22]
Ídem, página 55.
[23]
Ídem, página 59.
[24]
Ídem.
[25]
Luis Izcovich, Transferencia y Pasaje al
Acto en Acto, pasaje al acto y acting
out en psicoanálisis, Gloria Gómez Editora, Bogotá, 2010. Página 102.
[26]
Gabriel Lombardi, Op. Cit., página 61.
[27]
Ídem.
[28]
Ídem.
[29]
Ídem, página 65.
[30]
Ídem, página 66.
[31]
Ídem.
[32] Ídem,
página 65.
[33] Ídem,
página 69.
[34] parto,
que implica ambos elementos de la fórmula íntima del fantasma, el sujeto y el
objeto, y su particular relación.