ESTEBAN RUIZ MORENO
Psicoanalista. Foro de Psicoanálisis del Campo Lacaniano de Pasto (Colombia) - IF .
“Si hay una ética
del psicoanálisis —la pregunta se formula—,
es en la medida en
que de alguna manera,
por mínima que sea,
el análisis aporta algo
que se plantea como medida de nuestra
acción…”
Jacques Lacan, La ética del psicoanálisis
“En todo caso, el
deseo del analista no puede dejarse fuera de nuestra pregunta,
por una razón muy
sencilla: el problema de la formación del analista lo postula.
Y el análisis
didáctico no puede servir para otra cosa como
no sea llevarlo a
ese punto que en mi álgebra designo como
el deseo del analista.”
Jacques Lacan, Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis
Cabe hacernos una
pregunta fundamental que soporta la praxis del psicoanálisis en la época actual
y desde sus inicios, ¿qué es lo que
autoriza al psicoanalista? ¿Qué es lo que le permite diferenciarse de la
impostura en el campo del acto analítico frente a otros tipos de acto? ¿Qué
implica ser analista?
El
psicoanalista parte de la ética para autorizarse. No puede hacerlo desde otro
lugar.
Primero, podemos
empezar diciendo que el psicoanálisis se funda en una ética que se separa de la
ética tradicional[1].
En este recorrido se
abordarán dos campos fundamentales en lo tocante al campo de la ética, dos
campos de reflexión obligatoria: el primero nos muestra qué es la ética en el
psicoanálisis, –cómo se constituye y esboza su campo–, y la segunda instancia
nos muestra cuál es la ética del psicoanalista, es decir, qué es lo que sirve
de soporte para que un sujeto se pueda autorizar o no como analista. Por tal razón
trataremos algunos conceptos trabajados por Jacques Lacan en 1959, en El seminario 7, La ética del psicoanálisis.
En primera instancia
abordaremos el tema de la ética tradicional en su articulación con la
problemática filosófica del “Bien” y con la radicalización de esta postura que
es la del “Bien Supremo”.
El tema de la ética
ha sido fundamental desde tiempos antiguos, desde la sabia Grecia con sus
muchos hijos: Sócrates, Platón, Aristóteles y las escuelas: estoica,
epicureísta y hedonista, entre muchas otras. Pasando por Santo Tomás, Kant,
Sade en tiempos no tan remotos. Lacan va a interrogar a esta rama de la
filosofía para saber si es posible fundar una ética del psicoanálisis desde
ahí; esto es, poder encontrar en los postulados de la ética tradicional un
soporte, una base, un sustento que permita articular a partir de estos
postulados una ética para el psicoanálisis y una ética para el analista.
Lo crucial, lo que
no se nos puede escapar a esta reflexión consiste en que la ética intenta
formular un juicio sobre la acción. Pero el problema fundamental, –el que
introduce el descubrimiento del inconsciente con Freud y los posteriores
desarrollos por parte de Lacan–, consiste en descubrir que el campo de la ética
se encuentra desfasado con respecto al sujeto en tanto una ética posible para
el psicoanálisis. El nombre de este desfase, hiancia, fractura, es deseo. La ética concierne los actos humanos
ignorando la existencia y la incidencia irreductible del deseo y su dialéctica.
La cuestión consiste en preguntarse ¿por qué?
Tomemos punto por
punto:
En primer lugar, Lacan,
en El Seminario 7[2]
sostiene que la ética tradicional se postula como la búsqueda de un bien; esto
es, entre los diferentes bienes de la vida a los cuales el sujeto aspira, –aquí
evoca la idea de una lucha constante entre estos bienes–, existe el Bien
Supremo y este Bien específico es al que hay que aspirar por encima de todos
los demás. Entonces, ¿de qué Bien hablamos aquí? El Bien podría ser un objeto
tangible o inmaterial y tendría la característica de permitir la realización
del hombre, esto es lo que lo hace tan importante para la tradición ética. Las personas
deben aspirar al Bien, ese Bien que deviene supremo cuando permite la
realización del hombre en el sentido estricto de una plenitud. Hay aquí una
cuestión del Bien que corresponde a un Bien Ideal, a algo que lleve a la
plenitud, un estado de plenitud del ser.
Si tenemos en cuenta
este desfase llamado deseo que introduce
Freud, encontraremos lo subversivo que puede resultar en cuanto a una ética
tradicional. Lo diré en los siguientes términos: uno de los fines del
psicoanálisis en la cura –en contraposición a la cura que también se decía a sí
misma analítica y que pretendía el fin de análisis como una identificación con
un ideal, el ideal del analista–, va en contra de la búsqueda de algún tipo de Bien,
sea cual fuera éste, pues esto ocasiona un obstáculo en la vía del deseo, en la
senda de lo que más tarde se constituirá como una posible ética del
psicoanálisis.
En segunda
instancia, podemos considerar exactamente que la búsqueda de este Bien
particular está guiada por el placer. Lacan lo dirá de este modo: “…las cosas florecen, del modo más claro, en
las vías de una problemática esencialmente hedonista.”[3]
La lectura de ciertos filósofos[4],
le muestra la búsqueda de ese Bien a través de una vía hedonista, una vía
regida por el placer. El placer es el límite que tendría toda búsqueda al encontrar
su fin, a saber, ese Bien único. Sin embargo, el placer se ve confrontado y
problematizado por la concepción de placer que introduce Lacan en su
articulación con el dolor como su extensión. ¿Cómo dilucidarlo? El placer tiene
una doble concepción, presenta un doble cariz: se vive hasta un límite como
placer, como descarga, como distención, como la reducción de la tensión[5],
–si es que queremos indagar en la excavación freudiana concretamente–, pero cuando
se atraviesa ese punto límite,
tenemos que el placer se experimenta como dolor, eso es lo que el psicoanálisis
llama goce. De este modo, el placer
no solamente sería una satisfacción posible, deseable y buena para el sujeto
desde el punto de vista del disfrute, el goce vendría a cuestionar cualquier estatuto
de búsqueda del Bien a partir de una vía hedonista, de cualquier vía
direccionada por el placer.
En tercer lugar,
Lacan problematiza lo que denomina la moral
del poder, una moral al servicio de los bienes. En esta ética –también así
denominada– del poder encontramos la reflexión de Lacan en cuanto a la
confrontación de la búsqueda del bien frente a la realización del deseo en el
campo de la ética tradicional. La repuesta de Lacan es: “en cuanto a los deseos, pueden ustedes esperar sentados. Que esperen.”[6];
respuesta que Lacan evoca en el contexto de la segunda guerra mundial y la
entrada de Hitler en París con sus ejércitos. De modo que en la moral del poder,
el deseo es puesto en espera, insatisfecho como siempre, pero al punto de un
borramiento en dicho tiempo de espera, en ese intervalo insalvable. Además,
esta moral del poder claramente es una moral del control sobre los sujetos.
Podemos apreciar que es aquí donde se hace un corte radical con la tradición
filosófica, como cuando decimos comúnmente: “es la gota que rebosa la copa”.
Lacan, después de esta
ardua interrogación al campo de la ética instituida desde la filosofía en tanto
que ética tradicional, entiéndase: Sócrates, Platón, Aristóteles, Kant, entre algunos
otros. En este corte radical del que hablaba, decide fundar el campo de una
ética posible para el psicoanálisis y que subvierte, como dijimos antes, la
ética precedente.
¿Cuál sería una
ética posible para el psicoanálisis? Lacan funda entonces en una pregunta de
insondable fecundidad: “¿Ha usted actuado
en conformidad con el deseo que lo habita?”[7].
El alcance de esta
fórmula constituye la posibilidad de introducir el deseo en el campo de
la acción, un campo olvidado completamente por la ética tradicional. La ética
del psicoanálisis no puede referirse a la búsqueda del ideal del Bien, a la
organización de los bienes, a su regulación, a sus intercambios, a decidir cuál
es mejor, cuál es supremo; mucho menos a la búsqueda de ese Bien a través del
placer. La ética del psicoanálisis se remite a la experiencia del sujeto y se
inscribe en la estricta relación entre acto y deseo; apunta a interrogar al sujeto
por el deseo en los actos que este realiza, en las acciones de la vida
cotidiana, esto es lo que Freud argumentó con su ingenio...
Posteriormente Lacan
dará un giro de tuerca a la cuestión. Pasará de ese primer ¿has actuado conforme con el deseo que te habita?, a un segundo
estatuto. En torno a esto, dará un paso adelante con respecto a la ética del
psicoanálisis porque, como dice en El
Seminario XX: Aun, podía decir
algo más al respecto[8].
En Radiofonía y Televisión[9],
en el año de 1973, pasa de la pregunta sobre el deseo a postular que la ética
del psicoanálisis es una ética del Bien–decir, en el cual sitúa el reconocimiento
del sujeto en la estructura, la forma en la cual un sujeto se reconoce en el
inconsciente. El sujeto actúa regido por el deseo que lo habita, puesto que el
deseo, –propuesto en el sentido estrictamente psicoanalítico del término–, está
siempre ahí, está siempre en el acto del hombre. Lacan no para ahí, es
necesario dar un paso más allá porque el giro de la ética del psicoanálisis
consiste en un Bien–decir articulado al dispositivo analítico, el Bien–decir puede
lograrse en un análisis. No rompe con su trabajo en El Seminario 7, lo sitúa más exactamente, puesto que el Bien–decir
es un acto en sí mismo. Entonces, el Bien–decir corresponde al deseo, en tanto
que el sujeto debe hacerse responsable por él; hay un cambio que va de saber si
ha actuado en conformidad con él o no al reconocimiento en la estructura…
Es esto lo que
permite tomar el concepto de ética para imprimirlo a los dos vértices del
dispositivo analítico: analista y analizante, el Bien-decir afecta al
psicoanalista y al analizante. Esta ética toma obligatoriamente los dos lados
del acto analítico, en tanto enseña que el analizante debe reconocerse en lo
inconsciente a través de la asociación libre, y tal como siempre lo expresaba
Freud: sin ocultar nada por más descabellado o penoso que sea; desde el lado
del analista se presenta en el campo de la interpretación, en el campo de la
dirección de la cura, una cura que no responda a una idealización del analista
o a una relación analista–analizante que se complete con la fórmula: el
analista como el buen objeto para el analizante. Es decir, las posturas de la
IPA en torno a lo que sería una cura en el análisis.
El bien–decir es un
acto que permite llegar a un final de análisis posible en lo tocante a la
operación por la cual el sujeto modifica su posición con respecto al goce, esto
es, el fin de análisis no consiste en disecar el inconsciente –algo a lo que no
se llegará nunca–, tampoco consiste en que el sujeto deje de soñar, menos aún
en la extinción del goce, de ninguna manera en que el sujeto deje de tener
lapsus u olvidos, el fin de análisis consiste en una posición nueva con
respecto al goce.
Ahora debemos pensar
la relación posible del analista con el campo ético antes esbozado. El
psicoanálisis se constituye como un acto, a saber: el acto analítico.
En cuanto al acto,
Lacan dilucida su diferencia con respecto a la conducta, en el sentido de
pensar que solo los sujetos se encuentran inmersos dentro del campo de la
responsabilidad. Así articula lo que es ético con la capacidad del sujeto de
responder por sus actos. Entonces, el estatuto de acto se funda en la
responsabilidad que se presenta en el ser humano, único ser capaz de responder
por lo que hace.
Por
tal razón todo acto es ético…
Tomaremos la
definición que proporciona Lacan en El
seminario de la ética: “La ética consiste esencialmente (…) en un
juicio sobre nuestra acción….”[10]
¿Qué significa esto? Que la ética, hablando en términos generales, consiste en
los actos y éstos comprendidos siempre dentro del marco de la responsabilidad.
Podemos ver claramente que Lacan sitúa ese campo ético en el corazón, en lo
crucial del psicoanálisis: “…el
psicoanálisis procede por un retorno a la acción. Esto por si sólo justifica
que estemos en la dimensión moral. La hipótesis freudiana del inconsciente
supone que la acción del hombre, ya sea ésta sana o enferma, normal o mórbida,
tiene un sentido oculto al que se puede llegar[11]”.
Por tanto, el psicoanálisis se comprende como un acto, puesto que está fundado
dentro del lugar de la responsabilidad que entraña inevitablemente el campo de
la ética, en esto consiste el hecho de que el
psicoanálisis es un acto analítico y es, ante todo, un acto ético.
Entonces, ¿cómo
pensar este acto analítico? ¿Cómo estructurar la relación que comprende al
analista con respecto a la ética? ¿Qué condiciones mínimas debería tener alguien
que se autoriza como analista? ¿Cuál es su soporte en su estatuto más básico?
Tanto en la obra de
Freud y de Lacan se constituyen tres condiciones indispensables, sine qua non para que alguien pueda
autorizarse como analista:
1°. Quien desee
hacerse analista se encontrará primero en análisis.
2°. “No hay analista sin Escuela” [12].
Expliquemos punto
por punto con respecto a las condiciones fundamentales que requiere alguien que
desee autorizarse como analista.
En primera instancia,
en el año de 1912 en un compendio de textos denominados Trabajos sobre técnica psicoanalítica, en Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, Freud es
sumamente claro al enunciar la primera condición sine qua non: “para ello no
basta que sea un hombre (el analista)
más o menos normal; es lícito exigirle, más bien, que se haya sometido a una
purificación psicoanalítica y tomando nota de sus propios complejos que
pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece”[13].
Es importante poder situar el contexto del escrito, puesto que anteriormente
Freud había propuesto que era a través del análisis de los propios sueños que
alguien podría llegar a ser analista o no; esta posición es rectificada por
Freud y se distancia totalmente de una posible apología del autoanálisis: antes que nada, el psicoanalista debe ser
analizante primero. Por su parte, Colette Soler lo indica de la siguiente
forma: “el psicoanalista se define en
primera instancia, por el único rasgo de que acepta entrar en el dispositivo
freudiano que por sí mismo determina lo que Lacan llama «el eje del procedimiento»”[14].
Siempre surge la
pregunta, ¿qué sucede si quien se autoriza como analista no se encuentra un
psicoanálisis? Freud advierte en sus Consejos
al médico: “quien como analista haya
desdeñado la precaución del análisis propio, no sólo se verá castigado por su
incapacidad para aprender de sus enfermos más allá de cierto límite, sino que
también correrá un riesgo más serio, que puede llegar a convertirse en un
peligro para otros…”[15].
Este peligro para los otros es el falseamiento de la teoría psicoanalítica en
una problemática imaginaria de la cual Lacan da cuenta desde el principio de su
enseñanza. Por otra parte, el límite que contempla Freud no es otro que lo que
se constituye como resistencia, –algo que suele ponerse del lado del
analizante. Sin embargo, si leemos detenidamente el texto, esta resistencia no
se ubica en el lugar del analizante, sino en el lugar del analista; límite
–dice Freud–, que impone la resistencia. Lacan radicalizará este punto preciso
con la siguiente fórmula: “Resistencia
hay una sola: la resistencia del analista”[16],
en la cual demuestra, –dentro de todas las críticas que levantó, dentro de toda
la amargura que causó–, que la resistencia, como Freud la pensaba, se presenta
del lado del analista.
Es evidente que esta
no es la única consecuencia que podría extraerse de esta situación. Juan
Guillermo Uribe, citando a Freud, indica en su texto, ¿Desde dónde se escucha en el Cartel del Pase?, los riesgos que se
toman al emprender un análisis con un psicoanalista que no estuviese en un
análisis personal y las compara con el peligro de hacer radiografías sin la
protección necesaria[17].
En fin… los riesgos son innumerables.
La segunda condición
para autorizarse como psicoanalista la encontramos en Lacan en el contexto
preciso de la fundación de su Escuela en el año de 1964[18].
Lacan funda su Escuela como el ámbito en el cual se sustenta una formación y
garantía, además de constituirse como un dispositivo de control[19],
a pesar de haber sostenido una crítica constante a las sociedades
psicoanalíticas de su tiempo principalmente derivadas o asociadas a la
Internacional de Psicoanálisis, IPA. Esto marca un punto que debemos resaltar,
¿por qué Lacan, al ser excluido de medio psicoanalítico de su tiempo por la
“legitimidad freudiana”, quiso fundar una Escuela? Lacan lo dice así en el Acto de fundación: “Este título en mi intención representa el organismo en el que debe
cumplirse un trabajo que, en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante
de su verdad; que vuelva a llevar la praxis original que él instituyó con el nombre de psicoanálisis al deber que
le corresponde en nuestro mundo que mediante una crítica asidua, denuncie sus
desviaciones y sus compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo
(…) Este objetivo de trabajo es indisoluble de una formación a dispensar en
este movimiento de reconquista”[20].
Por tanto, y es algo
ya sabido, fue el mismo Lacan quien fundó la Escuela como el espacio en el cual
se forma un psicoanalista a través de los debates, el estudio de los textos, presentaciones
de casos, publicaciones, presentaciones de pacientes y los controles. Esto
permite concluir que un psicoanalista no puede encontrarse por fuera de una
comunidad analítica en la cual pueda poner en el lazo social las cuestiones que
atañen a dicha formación: en cuanto a lo teórico podemos indicar: la lectura e
interpretación de los textos, los nuevos aportes que pudiera hacer al avance de
la teoría, la puesta en juego ante los otros de su escritura y sus producciones[21]
intelectuales, los debates que resulten de su interacción con los colegas, las
intervenciones en los espacios generados por la Escuela o los Foros en cuanto a
seminarios, encuentros, convenciones, así como el trabajo y funcionamiento de
los distintos carteles; en la parte del dispositivo analítico podemos enunciar:
la disciplina de los controles de casos con otros psicoanalistas, los espacios
de presentaciones de casos, viñetas clínicas y presentaciones de pacientes, las
cuestiones pertinentes al pase, a las nominaciones que provienen del Cartel del
Pase. Dimensiones teórica y clínica que en psicoanálisis son inseparables por
estar constituidas en la propuesta de Lacan en El seminario 11, Los 4 conceptos fundamentales del
psicoanálisis como una praxis[22],
una práctica discursiva que es
enteramente una forma de conocimiento diferente de otra forma de conocimiento como
la ciencia[23].
A propósito de la
formación que implica al psicoanalista, cualquiera podría decir, basándose en conocida
la sentencia de Lacan: “el analista no se
autoriza más que por sí mismo” [24],
para desechar la importancia del análisis propio y de la Escuela como ámbito de
la formación. Cabe resaltar que existen dos razones de enorme peso en las
cuales el mismo Lacan muestra lo contrario: por una parte, en la Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre
el psicoanalista de la Escuela, dice: “Primero
un principio: el psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo. Este principio
está inscrito en los textos originales de la Escuela y decide su posición (…)
Esto no excluye que la Escuela garantice que un psicoanalista dependa de su
formación[25]”; y completa
esta sentencia en la clase del 9 de abril de 1974 en El seminario 21, Los incautos no yerran de la siguiente forma: por
“y no sin los otros[26]”,
refiriéndose a otros analistas. Lo anterior permite aseverar que Lacan en
ningún momento dejó de lado la cuestión de la formación a la soledad del
psicoanalista, y él mismo fue la prenda más clara de ello, puesto que al fundar
la Escuela, deja de lado su soledad (“Yo
fundo –sólo como lo he estado siempre en mi relación a la causa psicoanalítica–
la Escuela francesa de Psicoanálisis…[27]”),
para congregar a los analistas en torno a la Escuela: “… ¿acaso por eso me creí el único? No lo fui más desde el momento en
que uno solo me seguía los pasos (…) No hay homosemia entre el único [le
seul] y solo [seul][28]”.
Por tanto, el
psicoanalista no está solo en ningún caso, debe pertenecer a alguna comunidad
analítica cualquiera que sea ésta…
Estas son las
razones que me han motivado a situar la problemática de la formación de los
analistas, razones que surgen de los textos tanto de Freud como de Lacan y que
podrían articularse a una ética específica. Del mismo modo, podemos decir que hemos
dejado de lado algunos términos solidarios en relación al analista como
resultado de la experiencia de su propio análisis, a la Escuela y la formación
de la cual ella es garante, como son: el deseo del analista, final de análisis,
el pase, el Cartel del Pase y las nominaciones que surgen a partir de él: los
analistas[29] de
la Escuela (A.M.E. y A.E.). Sin embargo, lo expuesto anteriormente permite
entender las relaciones de la ética con el psicoanálisis y qué estatuto puede
esperarse de dichas relaciones, en tanto posibiliten definir cuáles son las
condiciones indispensables para que alguien pueda autorizarse como psicoanalista.
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[1] LACAN, Jacques.
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[2] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro VII, La ética del psicoanálisis. Buenos Aires.
Ediciones Paidós. 1997.
[3] Ibíd.
[4] A saber,
según el texto citado: Platón, Aristóteles, la escuela de los Epicúreos, la
escuela de los Estoicos y Santo Tomás.
[5] FREUD, Sigmund.
Más allá del principio de placer. Obras Completas, tomo XVIII. Buenos Aires.
Amorrortu Editores. 1995.
[6] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro VII, La ética del Psicoanálisis. Óp. Cit. p. 375.
[7] Ibíd. p. 373.
[8] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro XX, Aun. Buenos Aires. Ediciones Paidós. 1981.
[9] LACAN,
Jacques. Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión. Barcelona. Editorial Anagrama.
1993.
[10] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro VII, La ética del Psicoanálisis. Óp. Cit. p. 370.
[11] Ibíd. p. 371.
[12] URIBE, Juan
Guillermo. ¿Desde qué lugar se escucha en el Cartel del Pase? Recuperado de http://estebanruizmoreno.blogspot.com/2013/03/desde-que-lugar-se-escucha-en-el-cartel.html
el 27 de marzo de 2013.
[13] FREUD, Sigmund.
Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras Completas, tomo
XII. Buenos Aires. Amorrortu Editores. 1995. p. 115.
[14] SOLER,
Colette. El psicoanalista y su institución. Recuperado de http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2013/01/colette-soler-el-psicoanalista-y-su.html
el 27 de Marzo de 2013.
[15] Ibíd. p. 116
– 117.
[16] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro II, El yo en la teoría de Freud. Buenos Aires.
Ediciones Paidós.
[17] URIBE, Juan
Guillermo. Óp. Cit.
[18] LACAN,
Jacques. Acto de fundación. Otros escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012.
[19] URIBE, Juan
Guillermo. Óp. Cit.
[20] LACAN,
Jacques. Acto de fundación. Otros escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012. p. 247.
[21] En ningún
modo tomado en el sentido capitalista del término.
[22] LACAN,
Jacques. El Seminario, Libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis. Óp. Cit.
[23] PALACIO, Luis
Fernando. El psicoanálisis y su enseñanza. En El asunto del método en la
investigación psicoanalítica. Medellín. Departamento de Psicoanálisis de la
Facultar de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia. 2011.
[24] LACAN, Jacques.
Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela. En
Otros escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012.
[25] LACAN,
Jacques. Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la
Escuela. Óp. Cit. p. 261.
[26] Ibíd.
[27] “Je fonde —aussi seul que je l’ai toujours
été dans ma relation à la cause psychanalytique— l’École française de
Psychanalyse…”
[28] LACAN,
Jacques. Discurso en la Escuela Freudiana de París. En Otros escritos. Buenos
Aires. Paidós. 2012. p. 281.
[29] Que en
ningún caso conforman una jerarquía.